jueves, 20 de diciembre de 2007

Crisis de los partidos políticos: Escenario para la Reforma del Estado

Análisis político. En Perspectiva

J. Enrique Olivera Arce

Xalapa, Ver., 15/12/07.-En el imaginario social –virtual– que crean y recrean los medios masivos de comunicación, constituye ya un lugar común el atribuir la llamada crisis fundacional, división, y pugnas internas por el poder, como algo inherente al Partido de la Revolución Democrática (PRD). La realidad es otra. En el marco de un semivacío de poder, con un Presidente de la República que no logra legitimarse política y socialmente, un Congreso de la Unión que da un paso adelante para retroceder tres, un sistema de procuración e impartición de justicia cuestionado, y una economía estancada y amenazada por la recesión, la crisis de los partidos políticos en México se hace extensiva a todos por igual. Lo mismo los tres que en teoría representan a la mayoría ciudadana, que los pequeños o emergentes que igualmente, en teoría, representan a las minorías.

Manteniéndonos así, en el terreno de la teoría, el sistema de partidos en México estaría integrado por fuerzas homogéneas en su composición interna, cohesionadas en torno a principios y programas que permiten a la sociedad, plural y multiétnica, diferenciarles; optando la ciudadanía en el libre juego democrático, por unas u otras, atendiendo a intereses particulares, expectativas y visión de futuro. La realidad nos dice otra cosa. No hay un solo partido político en nuestro país que se salve de la falta de cohesión interna y confusión ideológica al interior de sus filas. No hay uno sólo que justifique su tan cacareada representatividad democrática, y en el que a su interior no se den confrontaciones irreconciliables entre grupos, corrientes e intereses de todo tipo.

Tomando como referente al Partido Revolucionario Institucional, eliminada la figura del gran elector en el 2000 y, por ende, la pérdida de su hegemonía, constituye el punto de quiebre del sistema político mexicano y el inicio de su debacle. El partido dejó de ser el eje conductor de la vida política, económica y social de la nación para pasar a ser una inconsistente suma de feudos regionales o estatales, bajo la conducción de los gobernadores. El PRI de Beatriz Paredes no es el de Manlio Fabio Beltrones. Como tampoco el PRI de Enrique Peña Nieto es el PRI de Fidel Herrera Beltrán, o el de Ulises Ruiz lo es tampoco del de González Parás en Nuevo León, por citar algunos ejemplos. Se perdieron las formas, la disciplina y el control, y con ello, también el sustento ideológico emanado de la Revolución Mexicana. El mito de la unidad nacional, se derrumbo arrastrando consigo a todo el sistema de partidos.

La hegemonía ideológica, programática e incluso las estrategias de mediano y largo plazo, son cosas del pasado. El pragmatismo coyuntural, respondiendo a los intereses en particular de los diversos feudos, se encarga de establecer, magnificar y profundizar las diferencias, entre las diversas corrientes y entre cada uno de los grupos amparados bajo las siglas del PRI. En la confusión, la ciudadanía no logra percibir el lugar que ocupa el partido tricolor en el espectro ideológico y político de la vida política nacional. Ni es de izquierda, ni de centro izquierda, ni de esa nebulosa derecha que dice combatir pero con la que en los hechos suele identificarse de manera reiterada.

Si eso pasa en el PRI, el de mayor prosapia y estructura, en el PAN las cosas no son diferentes. El ex presidente Fox, la errática política exterior de la actual administración federal, y los intereses encontrados de diversos grupos de presión al interior del partido, se han encargado de sacar a la luz pública las enormes diferencias existentes entre el panismo histórico, corriente que encabeza Calderón Hinojosa, y la ultraderecha identificada lo mismo con la Internacional Demócrata Cristiana que con las poderosas empresas trasnacionales agroalimentarias, energéticas y financieras. El PAN de los estados del norte del país no es el mismo que el que campea en el Distrito Federal o en el bajío, ni mucho menos el del sur sureste. Las diferencias están marcadas por los intereses políticos y económicos derivados de los diversos grados de integración y desarrollo regional.

Reflejo de lo anterior, las crisis fundacionales, ideológicas, políticas y programáticas en el seno de los partidos emergentes o minoritarios, son más que evidentes. No hay día que los medios de comunicación de masas no magnifiquen las pugnas internas, intereses contrapuestos y debilidad estructural, de estos partidos mejor conocidos peyorativamente como “la chiquillada”, o “la morralla”, en su afán por hacerse de las migajas del poder en los cotos regionales.

Luego la crisis no es potestativa del PRD y sus llamadas tribus. Cuando menos, en este instituto político, en un escenario cada vez más polarizado entre las corrientes conservadoras y los seguidores de Andrés Manuel López Obrador, las diferencias existentes lo mismo a nivel nacional que en las entidades federativas, con mayor o menor claridad se identifican, se hacen públicas, se debate frente a la militancia y de cara a los medios; zanjándose o profundizándose los desacuerdos, reencontrándose o alejándose de los principios y suma de voluntades que dieran lugar al nacimiento del partido. Lo que no se observa en ningún otro de los institutos que conforman el sistema de partidos políticos en México.

Luego es notorio que el escenario virtual, mediático, no se corresponde con la realidad. Siendo por ello particularmente grave el que sea a partir de este escenario que se cocine una Reforma de Estado. El resultante de este ejercicio, ajeno a la realidad nacional, sería expresión de la voluntad de quién o de qué intereses, regionales, o de grupo, cabe la pregunta.