domingo, 30 de agosto de 2009

La juventud en crisis...

Estimados amigos y amigas:

La Comisión de análisis y estadística de Redes Universitarias se echó un clavado por las Encuestas y documentos oficiales y encontramos los siguientes datos:

De acuerdo a la Encuesta Nacional de la Juventud de 2005… y CONAPO... hicimos estos cuadros...

Cuadro 1: Población de 12 a 29 años que estudia (2005)

Grupos de Edad

Población por Grupo de Edad

Población que estudia

%

Absoluto

12-14

6,568,057

93.5

6,141,133.295

15-19

10,376,099

68.4

7,097,251.716

20-24

9,501,779

33.5

3,183,095.965

25-29

8,829,656

8.5

750,520.76

Total

35,275,591

49.1

17,320,315.181

De acuerdo a la ENJ 2005 en promedio sólo 49.1 % de los jóvenes entre 12 y 29 años estudia, si se observa estos datos como una pirámide inversa, el acceso a la educación disminuye a medida que avanza el rango de edad lo que se corresponde con los niveles educativos (secundaria, bachillerato, licenciatura, posgrado). Es decir, entre "más elevado" sea el nivel de estudios disminuye el número de jóvenes que accede a ellos...

Sin embargo, si lo vemos sólo para el rango de edad de 15 a 29 años, tenemos que sólo 36.85 estudian, es decir, el 63.2% de los jóvenes en ese rango de edad no tiene acceso a la educación, lo que significa alrededor de 18,443,160.498 chavos y chavas fuera de la escuela

Si nos basamos sólo en los jóvenes entre 15 a 24 años (en edad de estudiar el bachillerato y la licenciatura) tenemos que en promedio sólo el 50.95% tiene acceso a la educación, lo que quiere decir, que casi la mitad de esos jóvenes está fuera de la escuela...

¿Cómo la ven? ¿Cuál desarrollo?

Eso no es todo, si revisamos con más calma la Encuesta Nacional de la Juventud de 2005 encontramos un rubro de jóvenes que No estudia ni trabaja...

Cuadro 2. Población de 12 a 29 años que no estudia ni trabaja (2005)

Grupos de Edad

Población por Grupo de Edad

Población que no estudia ni trabaja

%

Absoluto

12-14

6,568,057

6

394,083.42

15-19

10,376,099

16

1,660,175.84

20-24

9,501,779

28.9

2,746,014.131

25-29

8,829,656

34

3,002,083.04

Total

35,275,591

22

7,760,630.02

De acuerdo a la Encuesta hay 7,760,630.02 jóvenes entre 12 y 29 años que no estudian ni trabajan...

Si tomamos en cuenta el sector de 15 a 24 años (que en teoría serían los jóvenes en edad de estudiar el bachillerato y licenciatura) tenemos que:

En promedio 22.45% de jóvenes entre 15 y 24 años no estudia ni trabaja, es decir, alrededor de 4,462,583.611

Se preguntarán ustedes porqué esos chavos y chavas "no estudian ni trabajan", será porque son muy flojos? o realmente es porque este modelo económico no ofrece ninguna alternativa a la juventud... no será que faltan espacios educativos y empleos?

Redes Universitarias estará presentando estos datos y te invita a participar en la Comisión de Análisis y Estadística porque la lucha sin argumentos es vacía, nosotros te invitamos a preparar las Mesas de Trabajo con datos y argumentos...

Enviado por Cesar R., estudiante de 3er semestre del CCH Sur…

Redes Universitarias 28/08/09

El estallido

Acentos

Jorge Medina Viedas

jorge.medina@milenio.com

Las revoluciones llegan solas. A nadie le toman parecer. Se cultivan por años o por décadas en el subsuelo de la sociedad, a las sombras y a expensas del rencor político o de clase; de repente, un movimiento civil o armado se hace sentir en la ciudad y en el campo. Así se puede uno imaginar que las revoluciones se desatan.

Eventualmente, las causas políticas y sociales de las revoluciones vienen juntas: las personas no son tomadas en cuenta, otros deciden por ellos, el grado de injustica en la distribución de la riqueza es muy grande, y entonces los desatendidos luchan por ocupar el lugar que creen que les pertenece y por alcanzar los bienes que consideran suyos.

La Revolución mexicana de 1910 nadie la esperaba. Se vivía la paz ficticia del porfirismo y bastaron los meses noviembre de 1910 a mayo de 1911 de confrontación armada para que el dictador se fuera de México a su exilio dorado.

Conociendo los datos de la injusticia social de entonces, la pregunta es por qué no ocurrió antes. Algunos lo explican por el nivel de conciencia política tan bajo de la gente, al que la Iglesia y la educación paupérrima ayudaban inyectándole con sus prédicas una alta dosis de conformismo y fatalidad. Y, por supuesto, a los modos draconianos del dictador.

La gente tenía miedo. Todavía un profesor de derecho a mi generación nos recordaba a principios de los años sesenta, con nostalgia y hasta cierta veneración, que durante el porfiriato se podía dejar colgado en la rama de un árbol un anillo de oro y nadie lo tomaba, por el miedo y el respeto que imponía la mano dura.

Todas las condiciones que preceden a la revolución deben ser las mismas que anteceden al estallido social, como el que supuestamente advirtió como probable e inminente en nuestro país el rector de la UNAM, José Narro Robles.

Aunque el rector no habló exactamente de “estallido”, sino de “problemas sociales”, se dio por hecho que el rector de la UNAM señaló que existen riesgos de que se produzca en México un estallido social. Tan fue así que la mañosa interpretación de un diario sirvió para que la rectoral llamada premonitoria fuera seguida por el senador Carlos Navarrete y representantes del sector privado, preocupados sinceramente como aquel de que a este país se le anulen, desde ahora, a las generaciones futuras las expectativas de crecimiento, bienestar y felicidad, que a las actuales le han sido negadas.

El rector Narro, Navarrete y muchos otros deben coincidir plenamente en que los indicadores de pobreza extrema, la desigualdad, el desempleo y la falta de oportunidades educativas han llegado a un punto de tal gravedad, que más vale alertar sobre la probabilidad de una explosión social, la cual sería incontrolable por el cargado nivel de violencia que se vive y respira en el país.

Tomo cierta licencia al decir que ahora no existe el miedo que tuvieron que vencer con gallardía Villa, Zapata, Madero y millones de mexicanos en la época de la Revolución. Tampoco un gobierno que lo impone, sino una administración apocada y rodeada —no por una camada de viejos que formaba la gerontocracia porfiriana—, sino por una tecnocracia inútil y pedante.

Asimismo, hoy la violencia está en las calles. Es desafiante y no denota temor a la autoridad. La cuota de sangre mexicana por homicidios en el territorio debe ser de las más altas del mundo. Los enfrentamientos entre las propias bandas criminales y los de éstas con las policías y el Ejército mexicano han provocado una cantidad de fallecimientos que en muchos sentidos hace pensar que vivimos una guerra civil no declarada, inédita.

¿Y cuándo de verdad se junten ese nivel de violencia con la situación de resentimiento social y político? ¿Qué pasará cuando las opciones de la emigración o incluso la delincuencia común se agoten? ¿Qué cuándo la guerrilla zapatista o eperrista dejen su estado de latencia?

Con un estallido violento puede iniciarse una revolución como la que vivimos en 1910. O generarse un fenómeno peor. Aquí estamos. En los prolegómenos de un fenómeno desconocido e indefinible.

¿Qué fue lo que hicimos para llegar hasta aquí, hasta este momento en el que el rector de la Universidad Nacional, un político de izquierda y miembros del sector privado coinciden con miles de mexicanos en que el presente es abominable y el futuro del país está en riesgo? Muy simple: hacer lo que estamos haciendo hoy.

O sea, necear, insistir en un modelo económico dirigido por una élite que ha depredado al país, económica, social, ambiental y moralmente. Eso.

Milenio. 2009-08-30•Acentos

sábado, 29 de agosto de 2009

Veracruz. LXI Legislatura, del servilismo a la ignominia

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

“Más seguro lo comido, ya mañana dios dirá”. Bajo esta premisa se pretende asegurar el cierre exitoso de la administración pública que mediáticamente ha convencido a muchos de una presunta eficiencia y eficacia que ha mantenido a lo largo de casi cinco años tanto finanzas gubernamentales sanas, como un blindaje contra toda adversidad que pudiera llegarnos de fuera bajo los efectos del fenómeno “cucaracha”.


Bajo esta misma premisa, el Maestro Fidel Herrera ejerció un efectivo chantaje poniendo en la balanza la paralización de la economía veracruzana, o el salvador remedio de un cuantioso endeudamiento público bajo la modalidad de eso que pomposamente se ha dado en llamar bursatilización. Capitalizando en su favor indiferencia o ignorancia de la gente común, interesada más en su personal y galopante deterioro de la economía doméstica que en la estrategia gubernamental de tapar hoyos abriendo boquetes.


Pareciera absurdo, si no viviéramos en la surrealista y fiel isla de la fantasía. Sin haber hecho a fondo una evaluación de destino de recursos y resultados del anterior endeudamiento que bajo la misma modalidad, comprometiera en la bolsa de valores el impuesto a la tenencia de automotores, sin más, transitando del servilismo a la ignominia, la LXI Legislatura local se anticipó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, aprobando mediante el clásico mayoriteo, un nuevo endeudamiento por la friolera de 6 mil 800 millones de pesos, que compromete por quince años parte de las futuras participaciones de recursos que la federación está obligada a poner anualmente a disposición de la hacienda pública estatal. Con ello, el gobernador sacrifica el futuro de Veracruz en aras de un incierto presente, obligado a cubrir pasivos cuyo origen carece de transparencia.


Lo curioso del caso es que localmente se aprueba bursatilizar recursos presupuestamente aún no aprobados por la Cámara Baja del Congreso de la Unión para el 2010 y años venideros y que, en su momento, no dejarán de ser federales en tanto no sean recibidos oficialmente por la hacienda estatal.


Lo más lastimoso es el hecho de que 29 diputados locales, avalados por los 21 diputados federales electos de la entidad -en carta abierta publicada en diversos medios impresos-, que en los hechos son más fieles servidores del gobernador que representantes de la voluntad popular, con el mayor desparpajo y desvergüenza, sin mediar consulta con sus electores, levantaran el dedo aprobando hoy lo que para mañana será una carga de grandes proporciones para quienes les toque gobernar a Veracruz en las tres próximas administraciones. Amén de lo que para la ciudadanía en general representará el contar con una hacienda pública estatal de antemano comprometida.


La historia de Veracruz, o la SCJN, en su caso, ya pondrá a la LXI Legislatura local en el lugar que les corresponde


En colaboración anterior ya afirmaba que todos los partidos, sin excepción, pasan por una crisis de representatividad, credibilidad y confianza. Lo mismo se puede afirmar de la mayoría de los diputados, que atienden a consignas partidistas y de los gobernadores y no a quien se deben, los ciudadanos en general, sin distingo partidista. Lo cual por puro sentido común, indica que la crisis del sistema de partidos políticos se hace extensiva al poder legislativo, federal o local, que a los ciudadanos ni les inspira confianza y credibilidad, ni mucho menos se sienten democráticamente representados.


Vaya en estas líneas nuestro respetuoso reconocimiento a aquellos diputados locales que votaran en contra de la iniciativa de Fidel Herrera Beltrán o que, con un mínimo de dignidad se abstuvieran de aprobar el todavía presunto endeudamiento multimillonario.

pulsocritico@gmail.com

http://pulsocritico.com

viernes, 28 de agosto de 2009

El colapso del bicentenario

Porfirio Muñoz Ledo

El Universal. 28 de agosto de 2009

La magnitud de la crisis no podría ser encubierta por un falso debate centrado en el salvamento fiscal. Exige una reforma hacendaria de grandes proporciones y un cambio drástico de paradigma económico, que suponen modificar las relaciones de poder e instaurar un gobierno capaz de conducirlas.

El agujero de las finanzas públicas —a más de la anemia del sistema fiscal— tiene como origen inmediato el descenso de la actividad económica: 10.3% del PIB. Caída sin expectativas de recuperación, ya que los factores determinantes continuarán a la baja por largo tiempo, mientras no se creen las condiciones productivas y financieras que promuevan el crecimiento.

Hacienda ha reconocido que nuestra economía “no participará en la recuperación global pronosticada para 2010”. Cabría preguntarse si con la estrategia prevaleciente, podría remontar después, o como asegura el profesor Arturo Huerta en su libro El colapso de la economía mexicana, nos acercamos a una quiebra productiva, en insólita celebración del bicentenario.

Nada hace pensar en una elevación de los ingresos petroleros, las remesas, el turismo o la maquila. Tampoco en el ensanchamiento del mercado interno, de la inversión extranjera, las exportaciones o los empleos formales; sólo los ingresos por lavado de dinero van al alza en detrimento creciente del poder del Estado.

Mientras en el mundo se intentan reducir los privilegios de la especulación financiera, aquí acudimos a créditos desorbitados para mantener artificialmente la sobrevaluación de la moneda, abaratando las importaciones y dañando aún más nuestra balanza comercial. En tiempos idos defendimos el peso “como perros”, ahora lo hacemos como ratones.

El régimen —o lo que queda— carece de imaginación para sumarse a los vientos estatistas que soplan por doquier e insiste en quemar los últimos cartuchos del neoliberalismo. Ante el rechazo a la privatización energética pretende profundizar los impuestos regresivos, y en ausencia de proyectos de gran aliento propone recortes en infraestructura e inversión social, mientras mantiene un dispendioso gasto corriente.

El salvamento a que nos invitan es el de los espacios oligárquicos: aquellos que impiden democratizar el Estado, reconstruir la economía y la defensa del patrimonio nacional. El Congreso debiera responder con propuestas articuladas en dirección inversa y repudiar el chantaje clientelista de incrementar impuestos a cambio de baratijas presupuestales.

Ese es el sentido de las propuestas presentadas por la izquierda parlamentaria. Los recursos faltantes habrían de tomarse, como antes se decía, “de donde los haya”. En este caso, las grandes empresas, mediante la abrogación del impuesto consolidado y la depreciación acelerada de activos; la banca desnacionalizada, a través de una moratoria del Fobaproa; la reducción de los gastos desmesurados de la alta burocracia y la utilización prudencial de los fondos ociosos.

Repudiar desde luego la sugerencia de los actores hegemónicos que pretenden incrementar abusivamente el déficit fiscal: después de mí, el diluvio. Estructurar enseguida los egresos conforme a las prioridades del futuro y emprender una cirugía mayor de la administración pública, el control de su ejercicio y la rendición de cuentas. El debate debiera comprender: la política monetaria y el control del sistema bancario, las políticas industriales y agropecuarias, el régimen de salarios y utilidades, la disolución de los monopolios, la revisión del TLC, el impulso a la educación, la ciencia y la tecnología, y la remodelación del marco institucional.

Tareas enormes para un gobierno minúsculo. La capacidad de propuesta se ha trasladado al Poder Legislativo. Iniciamos en los hechos un sistema parlamentario. Debiéramos asumirlo con responsabilidad y diseñarlo creativamente en la Constitución.

Partidos políticos. La prueba del ácido

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

En la democracia representativa la prueba del ácido para los partidos políticos son los procesos electorales. El sufragio ciudadano determina el ser o no ser de todo partido político. El proceso electoral del pasado cinco de julio, con un abstencionismo de un poco más del 60 por ciento, puso de manifiesto que en términos prácticos, ninguno de los ocho partidos nacionales paso la prueba. La ausencia de representatividad, credibilidad y congruencia del sistema de partidos políticos en México es más que evidente. Habiendo dejado de responder a las necesidades de participación política y representatividad electoral de la enorme mayoría de los mexicanos en edad de votar, estos, en una escala de 0 a 10 calificaron con 4 al conjunto del sistema de partidos, arrastrando consigo a una legislación electoral federal inoperante.


Hoy asistimos al funeral legal del Partido Social Demócrata que no alcanzando el mínimo de votos que le asegurara su supervivencia, no pasó la prueba de aceptación por parte de la voluntad popular. A partir de esta descalificación, surge con ello la pregunta obligada: ¿Cual sigue? ¿Cuándo tendrán lugar las próximas exequias partidistas frente a la profunda crisis de un sistema nacional de partidos políticos que avanzando a pasos acelerados hacia un nefasto bipartidismo, refleja su incapacidad para afrontar los retos de un país en quiebra técnica?


El próximo examen a nivel federal habrá de aplicarse en el 2012, con la elección presidencial y la renovación del Congreso de la Unión. De continuar la actual tendencia del electorado, con el agravante de la percepción mayoritaria de que los tres órdenes de gobierno manifiestan su incapacidad para frenar el deterioro de la vida económica y social del país, la calificación podría ser aún más baja que la obtenida en el presente año.


Pensando un poco a la antigüita, y bajo la óptica de un análisis simplista, podríamos estar de acuerdo con quienes afirman que no todas las elecciones son iguales, diferenciando a las llamadas intermedias de la sustantiva de cada seis años con una también desigual tendencia de participación y abstencionismo. Sin embargo, en las actuales condiciones que se viven en México, lo que echa por tierra tal tesis es que de aquí para adelante lo que determinará el resultado de todo proceso electoral, será la circunstancia económica y social que prive en el momento de la elección; arrastrando consigo a un sistema de partidos políticos cuya crisis aún no toca fondo y que, por lo consiguiente, no afronta el reto de actualizarse poniéndose a tono con una ciudadanía que le ha rebasado.


Fuera de la ciudad de México, todo es Cuautitlan, reza la vieja conseja con la que al mismo tiempo que los “capitalinos” menospreciaban a “la provincia” se descalificaba a la ingente necesidad de revertir el centralismo mediante un movimiento renovador que planteaba el caminar de la periferia al centro. Hoy parece que sigue privando tal añeja conseja. La vida política, económica y social se concentra en el Distrito Federal y zonas conurbadas aledañas de las entidades federativas que comparten espacios con la gran urbe. El resto del país, no obstante la tendencia a la feudalización regional y hacer pesar a los gobernadores en la toma de decisiones, el centralismo y el desdén por “la provincia”, se mantiene incólume. El trato de la prensa nacional para con las entidades federativas y las consecuencias sobre las finanzas públicas estatales y municipales como resultado del pésimo desempeño del gobierno federal, lo confirman.


Tal fenómeno no solamente se refleja, también se repite en el sistema nacional de partidos políticos. Los gobernadores podrán, pesar, influir y ser factor determinante en sus respectivas entidades federativas de la vida misma de los partidos políticos nacionales en los que a su jurisdicción compete. No obstante, las decisiones sustantivas recaen en el ámbito centralizado de las dirigencias nacionales que, entre otras cosas, administran lo mismo el reacomodo de la correlación de fuerzas en juego que los intereses de los poderes fácticos, poder real del país en su conjunto. Todo esto tiene como corolario el que en la vida interna de los partidos políticos la posibilidad de renovación y democratización resulte inviable. A más de que en una acción suicida se da la contradicción en la que los intereses partidistas del centro se confrontan con los que legítimamente respondan a la correlación de fuerzas e intereses fácticos de “provincia”. Existiendo ya de hecho una fragmentación en la que cada partido político está dividido en tantas partes como entidades federativas, incluido el D.F., coexisten en la vida republicana de México. Así, la unidad nacional de cada uno de los partidos sobrevivientes, resulta ser una entelequia.


Conforme tal contradicción se profundice con las exigencias de los gobernadores de una mas equitativa distribución de la hacienda pública federal y un mayor poder de decisión en materia de políticas públicas a nivel local, confrontando a las dirigencias nacionales con el gobierno federal, la fragmentación partidista será mayor y con un mayor grado de conflictividad, en el seno de una sociedad también dividida conforme la desigualdad y la pobreza reviven a la presuntamente muerta lucha de clases.


El tiempo avanza sin respuestas claras y contundentes a la crisis del sistema de partidos y, en Veracruz, se nos echó encima. La elección del 2010 se dará en tal escenario y no es extraño el escuchar comentar al ciudadano común, que en esta ocasión se reprobará una vez más a los partidos políticos, sometiéndoles a la prueba del ácido y que, de sufragar, será a favor o en contra de aquellos personajes que merezcan mayor o menor confianza para el electorado, independientemente del color de la camiseta que ostenten o del calor que reciban del gobernador del estado.

pulsocritico@gmail.com

http://pulsocritico.com

jueves, 27 de agosto de 2009

¿Ajuste económico sin combate a la corrupción gubernamental?

De Interés Público

Emilio Cárdenas Escobosa

jecesco@hotmail.com



Ahora que se discute hacia donde dar el golpe de timón que requiere el modelo económico y que se hacen cuentas y ajustes para ver de dónde salen los recursos que hacen falta en el boquete financiero que ahoga las finanzas públicas, poco se ha entrado en la cuantificación de lo que puede ahorrarse si de verdad se ajustan el cinturón nuestros gobernantes y, sobre todo, si se empiezan a cerrar los resquicios a la lógica de corrupción y negocios al amparo del poder, donde la danza de los millones es portentosa.

Si de que alguien cargue con el peso del ajuste se trata, bueno sería que se revisaran incontables casos de ejercicio patrimonialista del poder en las esferas federal o de los estados y municipios para corroborar que hay mucha, muchísima tela de donde cortar.

La cuestión es que algo debe de hacerse, ya que si algo agravia a los ciudadanos es enterarse de las trapacerías de los hombres de poder. Irrita el constatar día a día que las ofertas de cambio no pasan del fogoso discurso de campaña o de la ampulosa declaración del gobernante. En el sistema clientelar que es la esencia del funcionamiento del sistema político mexicano, se distribuyen recursos públicos y favores a cambio de apoyo electoral y se utilizan patrimonialmente las instituciones para servir a los fines de los particulares que invirtieron en un candidato. Por ello, oficinas del gobierno, organismos descentralizados y el ente público que usted quiera enlistar se han convertido en fuentes de ineficiencia y corrupción. Los ejemplos de enriquecimiento desmedido a costa de puestos o cargos públicos son infinitos. Y no se trata ahora solo de “meterle la mano al cajón”, sino de las onerosas prebendas que reciben o las abultadas comisiones a funcionarios públicos para la asignación de obra pública -con costos inflados, desde luego- o el lucrativo negocio del contratismo.

Por todo ello, la corrupción ha favorecido el crecimiento de la inestabilidad política y el persistente desgaste de las relaciones sociales e institucionales que amplían cada día más el abismo que separa a gobernantes y gobernados. En términos de funcionalidad del régimen y de su entramado institucional, en la corrupción podemos encontrar la fuente de la pérdida de legitimidad política y la ineficiencia burocrática, lo que explica la profundización de una brecha de grandes y graves dimensiones entre la voluntad popular y los actos de gobierno y, desde luego, buena parte del déficit en las finanzas públicas.

Porque no habrá medidas para incrementar los ingresos fiscales que funcionen cuando el ciudadano está convencido que las administraciones públicas se dedican a satisfacer intereses de grupos, sectores o individuos con quienes se mantienen relaciones de subordinación o de negocios y que los políticos viven a cuerpo de rey con el presupuesto público. Así, el contribuyente termina dejando de lado sus obligaciones bajo la lógica de que se hace mal uso de los recursos que se tributan o que se beneficia solo a aquellos que financiaron a quien detenta el poder.

Ya estuvo bien de que el peso de la crisis recaiga en los de siempre, mientras seguimos llevando el registro de gastos, negocios, fortunas y enriquecimiento de políticos, funcionarios o gobernantes que se sacan la lotería del poder y todavía lucen o defienden esos recursos mal habidos con total desparpajo y cinismo, mientras el hoyo en las finanzas públicas se ensancha. Así no hay programa de ajuste económico que funcione.

Crónica del Poder Martes, 25 de agosto de 2009

Calderón recure a la fe para sostener su polvorón

Felipe Calderón Hinojosa asegura que México está pasando la prueba y demuestra solidez frente a dificultades como la crisis económica y la inseguridad, mientras entre los dedos se le desmorona el polvorón. “La fe mueve montañas, afirma.

Tormenta social, tormenta eléctrica

Adolfo Sánchez Rebolledo

Las tormentas sociales se gestan silenciosamente, a contracorriente del sentido común de los llamados formadores de opinión, y estallan cuando menos se les espera. No es que se ignoren las situaciones de riesgo, estudiadas y valoradas de muchos modos por los gobiernos y sus asesores cuya tarea consiste en conjurarlas. De hecho, bajo la apariencia de políticas públicas de corte desarrollista o modernizador a veces no hay más intención que transformar la animosidad de los potenciales inconformes en apoyos pasivos al que manda. Programas sociales van y vienen con efectos paliativos, pero desvinculados de una estrategia general para el crecimiento y el bienestar de la mayoría.

En otras palabras, el tema es la gobernabilidad, la administración de los bienes públicos, no la lucha efectiva contra la desigualdad. El gran secreto de la estabilidad deriva, entonces, de aplicar una política económica excluyente aunada a los remedios compensatorios recetados por nuestra política al uso. Agravado hasta un punto inimaginable por la crisis, pero también por el dogmatismo y la falta de imaginación política de los empresarios y el gobierno, el resultado comprobable a través del tiempo es el deterioro de las condiciones de vida de millones de personas, la desesperanza, la corrupción galopante, la inseguridad como forma de existencia.

Sin embargo, en eso de precaver los riesgos de estallido social, los grupos que tienen la batuta de la economía, aunque disponen de estadísticas y encuestas al día, topan con un elemento esquivo de orden ideológico al que no se accede por las vías de la sabiduría sociológica convencional: el supuesto de que la capacidad de sufrimiento, el aguante de la gente (dígase el pueblo, la ciudadanía) es virtualmente infinito. No de otra manera podría explicarse el galima-tías discursivo en el que se ahogan las explicaciones del secretario de Hacienda o el optimismo anómalo del jefe de Ejecutivo ante la problemática nacional, la desestimación reiterada del malestar y sus causas, inocultable para cualquier observador mínimamente objetivo de la actualidad.

En ese tono encajan las alegres, mas no angelicales palabras del señor de la OCDE, Ángel Gurría, quien anima al gobierno a revisar la política de mantener constantes los precios de la gasolina y los subsidios al gas natural y la electricidad para uso doméstico, respaldando así la que pronto se convertirá en una nueva ofensiva contra la economía ficción y otras zarandajas del pensamiento neoliberal.

En un país donde la pugna por los servicios públicos será cada día más dura, es increíble que los expertos aún crean que todas las soluciones pasan por la aplicación de las viejas fórmulas de costo-beneficio, sin reflexionar a fondo sobre el papel del Estado y la sociedad. No obstante, desde las alturas del poder, las señales no se comprenden, se minimizan o de plano se niegan. La captura de pipas de agua en Iztapalapa, las crecientes manifestaciones de inconformidad ante los abusos de las tarifas eléctricas y el pésimo servicio ofrecido a los usuarios no son manifestaciones tan aisladas como se pretende. La autoridad confunde la pasividad de muchos sectores ante las situaciones injustas donde se conculcan derechos básicos con una actitud obsecuente, al menos manipulable, aunque la historia no deje un día sin registrar actos de desesperación ciudadana que va desde el cierre de carreteras a confrontaciones cada vez más severas con los prestadores de servicios sociales, sean éstos empresas privadas o municipios.

Un caso, que puede ser sintomático, es el que se refiere a las protestas comunitarias por los pagos de la electricidad, cuyo ascenso repercute más que proporcionalmente sobre los declinantes ingresos familiares originados en el desempleo, la reducción de las divisas recibidas y, ahora, la sequía que pone en peligro la vida normal en amplias regiones del país. Basta revisar las informaciones publicadas en este diario en los meses recientes para advertir que algo importante se está cocinando, sin que la autoridad tome la debida nota y ante la indiferencia retórica de la izquierda que no se compromete con estas causas cuya reiteración debería llamarle la atención.

En Hidalgo, por ejemplo, cito a La Jornada, unos 120 campesinos de la comunidad de San Juanico, municipio de Ixmiquilpan, en el valle del Mezquital, cerraron la avenida principal y tomaron las oficinas regionales de la CFE, para exigir el restablecimiento del servicio de energía eléctrica, suspendido 24 horas ante un adeudo de la comunidad con la paraestatal. En Campeche se giraron órdenes de aprehensión y se detuvo a cinco integrantes del Movimiento de Resistencia Civil del No Pago a la Luz Eléctrica. Pero no se han detenido las movilizaciones. En Puebla actúan las Brigadas de la Defensa de la Economía Popular; en Guanajuato, el Comité Pro Mejoramiento del Agro Nacional; en Veracruz, la Coalición Regional de Resistencia Civil contra las Altas Tarifas Eléctricas. En Chihuahua la Organización Agrodinámica Nacional exige la revisión de las tarifas para bombeo. En fin, ya son innumerables las localidades donde los vecinos se organizan para exigir que el pago del servicio eléctrico no los hunda aún más en la precariedad.

Pero no la tienen fácil, como recordó Israel Rodríguez J. al denunciar que Luz y Fuerza del Centro pretende cobrar a una jubilada 67 mil 690 pesos por el consumo de un bimestre, situación para nada excepcional como se advierte al revisar las quejas interpuestas por los usuarios ante la Procuraduría del Consumidor y las mismas empresas.

Es obvio que estamos ante un problema espinoso que viene arrastrándose a partir de las reformas y adecuaciones realizadas por el gobierno federal para ajustar sus mediocres finanzas y dar cumplimiento al designio privatizador que lo mueve. La recuperación de la industria eléctrica, como un conjunto de empresas de servicio público, exige un cambio profundo en su funcionamiento y operación, pero sobre todo requiere sustraerlas de la lógica exclusiva del mercado. En cierta forma, hay que nacionalizarlas de nuevo. Mientras, hay vientos de tormenta.

La Jornada 27/08/09

martes, 25 de agosto de 2009

Marcelo Ramírez y su propuesta de rescate de los partidos políticos

En Perspectiva

J. Enrique Olivera Arce

Leí con interés el artículo titulado “Los partidos políticos: ¿Volver a los orígenes?, del Maestro Marcelo Ramírez Ramírez, publicado en el Portal de Internet “entornopolitico.com”, del periodista Quirino Moreno Quiza, en el que hace una breve semblanza del estado actual que guarda el sistema de partidos políticos en México. Tratándose de un artículo periodístico y por tanto sujeto a un espacio limitado, a mi juicio mi buen amigo Marcelo se queda corto en su análisis. Lo que se está viviendo al interior de los partidos, con su pérdida de identidad, credibilidad y representatividad democrática, es apenas un pálido reflejo de una profunda crisis del sistema económico y político nacional.


Aunque Marcelo Ramírez concentra su atención al PRI, PAN y PRD, partidos mayoritarios, el resto, de menor presencia y peso específico en la correlación de fuerzas, viven también, guardadas las proporciones del caso, la pérdida del impulso ideológico, y programático que les dieran origen. Ninguno se salva de la pérdida de rumbo frente a las inéditas condiciones de deterioro que acusa el Estado Mexicano. Ninguno responde ya a la tan necesaria como urgente necesidad de cambios profundos en las estructuras económicas, sociales y políticas que demanda un país al que ya se califica como fallido.


Marcelo Ramírez afirma que: “En México, los partidos políticos atraviesan, según todas las evidencias, una etapa de crisis que impone un nuevo comienzo. Las causas de la desviación de la ruta predeterminada son, desde luego, diferentes en cada uno de los tres partidos grandes a los que aquí nos referimos: el PRI, el PAN y el PRD; por tanto, las respuestas serán también diferentes, existiendo un solo factor común: en los tres casos volver al origen significa para ellos replantear los propósitos históricos que les dieron vida, pero actualizados para funcionar en el contexto de las realidades del mundo globalizado”.


Preguntándose el autor si los partidos podrán reafirmar su identidad extraviada, cuando ello supone, entre otras cosas, recuperar un discurso distintivo del que deriven planteamientos concretos para encarar los problemas nacionales.


Marcelo, idealista irredento y priísta de cepa, se formula tal interrogante ante “... lo evidente del modelo económico que hasta el momento han sido absolutamente ineficaz para revertir los efectos de la crisis, sustentando que mientras el modelo económico neoliberal es enjuiciado y corregido en los países donde originalmente fue adoptado y promovido, en México el panismo cada día menos humanista y más pragmático, sigue fiel al recetario del FMI y a las consignas del Consenso de Washington”.


Confundiendo, en esto último, la ineficacia sistémica del capitalismo para resolver sus propias contradicciones, con las políticas públicas coyunturales emanadas del gobierno federal panista y las limitaciones de un presidente de la República acotado por su propia pequeñez y ausencia de visión de Estado. El panismo ni es más neoliberal ni menos humanista que el resto de los partidos que conforman el espectro político de México.


En todo caso, el PAN en congruencia con sus orígenes y objetivos, representa a lo más rancio de la derecha ultra conservadora de siempre en la vida política nacional y así se manifiesta en el ejercicio del poder presidencial.


Lo determinante en última instancia es el papel que cada partido asume frente a la combinación de la crisis sistémica global y la no por añeja menos perjudicial que a lo largo de más de cinco lustros, se ha enseñoreado en el México neoliberal que a partir de los últimos gobiernos priístas rompiera con el hilo conductor del nacionalismo revolucionario emanado de la Revolución Mexicana.


El modelo neoliberal, bajo esta óptica, no es patrimonio de ninguno de los partidos políticos nacionales. Ni siquiera del gobierno federal o de los feudos regionales ahora bajo el control de los gobernadores. Está ya enraizado sistémicamente en la sociedad nacional en su conjunto, lo mismo en los sectores más desarrollados de la economía capitalista que en aquellos más atrasados y excluidos de la modernidad. Reflejándose ello en la esencia misma del sistema de partidos políticos que como entidades públicas sostiene el contribuyente. La ideología neoliberal, sus pragmáticas recetas y su instrumentación en la vida económica, política, cultural y social de México, iguala como catalizador a las diversas expresiones del espectro político nacional.


Para diferenciar a los partidos políticos, en primera y última instancia, el problema no radica en sus orígenes ni en el voluntarismo que se pueda dar para rescatar estos, adecuándolos a las nuevas realidades del mundo globalizado. Lo que cuenta es la disposición de cada uno de ellos para romper hoy con el modelo neoliberal que nos ata a los designios de nuestros vecinos del norte y a una oligarquía criolla que oferta al país y su soberanía en una constante venta de garage. Lo que debería esperarse de los partidos políticos en México es su propuesta y compromiso de un cambio radical de modelo de país, fortaleciendo al Estado mexicano frente a los embates de inoperantes leyes del mercado que nos hacen dependientes del exterior, respondiendo a la crisis sistémica global con políticas públicas que concurran a la generación y distribución de riqueza con sentido de equidad y defensa de la soberanía nacional. Ninguno de los partidos nacionales se encuentra en tal tesitura.


De ahí la crisis del sistema de partidos en México. Aferrado a un modelo caduco, agotado y fracasado, este se debate en una permanente contradicción con lo que de los partidos políticos espera una sociedad que para salir del estancamiento económico y el deterioro social concomitante, requiere de nuevos horizontes. En ello estriba su ausencia actual de rumbo y destino, pérdida de identidad y de credibilidad, así como ante su incapacidad para afrontar las nuevas realidades, los partidos políticos se enfrascan en bizantinas batallas al interior de sus respectivas estructuras, disputándose el poder por el poder mismo, así como el privilegio de administrar corrupción e impunidad.


Volver al origen histórico como respuesta a su crisis actual, como plantea Marcelo Ramírez, es, a mi juicio, un anacronismo, un desear volver al pasado. Retornar a un México que ya no existe. Los orígenes partidistas ya no se corresponden con el México del presente ni con las necesidades reales y sentidas de una sociedad cada vez más plural, más informada, más participativa y al mismo tiempo más individualista, como tampoco con las expectativas futuras de la Nación. Los partidos actuales están caducos. Su concepción como tales está rebasada por la realidad presente y, por tanto, sometidos a ser cada vez más inoperantes como intermediarios en el permanente conflicto entre las clases dominantes y las subordinadas y como interlocutores de la sociedad frente al Estado.


Más que volver a sus orígenes históricos ideológicos y programáticos, lo que cabe es retornar al seno de la sociedad bajo cuya soberanía los partidos existentes cobraran vida. Será esta la que en última instancia asuma el dictado de la orientación ideológica, programa y principios estatutarios de los partidos que en el futuro habrán de garantizarle al ciudadano su participación ordenada, democrática y consecuente en la búsqueda de nuevos y más amplios derroteros. En tanto esto último no se de, valores tales como la ética política, la solidaridad y la moral partidista, seguirán siendo figuras retóricas en el manido discurso de una presunta renovación de la vida política nacional. Mientras la crisis sistémica global y sus nefastas consecuencias, sigue impertérrita orillando al país al desastre.

pulsocritico@gmail.com

http://pulsocritico.com

lunes, 24 de agosto de 2009

Veracruz. ¿Simple coincidencia?




Planeando

Cuestión de rumbo

Gustavo Esteva (gustavoesteva@gmail.com)

La caída de más de 10 por ciento en el producto nacional tendrá consecuencias trágicas para millones de personas… pero es también la oportunidad de recuperar el rumbo. Si fuera fruto de una decisión consciente, el achicamiento de la economía registrada sería una bendición. Implicaría que habríamos empezado a tomar un rumbo sensato, pensando en lo que interesa a la gente, no lo que importa a las elites y al capital.

Perseguir una alta tasa de crecimiento económico ha sido una de las más graves patologías de la era que termina, padecida por todos los partidos. Toda promesa al respecto es demagogia: ningún gobierno controla todos los factores que la determinan. Plantearla como meta es pretexto y cortina de humo para impulsar proyectos que habitualmente producen lo contrario de lo que prometen.

Es espléndido que los niños crezcan. En las personas mayores, llamamos cáncer a lo que les sigue creciendo. En todas las sociedades la patología del crecimiento económico ha producido innumerables protuberancias cancerosas y genera inevitablemente injusticia y destrucción ambiental. Por su impacto devastador, reducir el tamaño de la economía se ha convertido en una meta social sensata y saludable. El achicamiento progresivo permitiría deshacerse de ese cáncer y remediar los daños causados a la naturaleza y la sociedad.

Con la actual caída del producto se reduce el empleo, la producción básica, el ingreso de la mayoría de la población, la capacidad de supervivencia… Un descrecimiento económico consciente significaría reducir o eliminar cuanto sobra y daña para que florezca la subsistencia autónoma y crezca lo que realmente haga falta. Se achicaría todo el sector financiero, que saquea al productivo y a la población y vive de la especulación destructiva. Desaparecería la invasión de transgénicos y la obsesión por los híbridos, para estimular el cultivo campesino con semillas criollas, que se ampliaría hasta recuperar la autosuficiencia en los productos básicos. Se recortarían los salarios obscenos de funcionarios y dirigentes públicos y privados. En vez de centros comerciales monstruosos y destructivos, se multiplicarían las redes de establecimientos pequeños y medianos. Quedarían sin empleo desarrollistas públicos y privados, para que pudiera florecer la construcción autónoma, con materiales locales y sentido de la proporción y la belleza.

Hasta hace poco tiempo esta propuesta parecía una aberración insoportable, una herejía ridícula, dada la fuerza del dogma dominante. Hoy constituye un movimiento de alcance mundial que tiene en México manifestaciones claras, como se mostró este fin de semana cuando se reunió en Cuernavaca, para discutirla, un grupo destacado de académicos/intelectuales públicos/activistas como David Barkin y Jean Robert. Convocados por Miguel Valencia, de Ecomunidades, reflexionaron en torno a las siguientes preguntas:

¿Cómo salir de la droga que significa la idea del crecimiento? ¿Cómo descolonizar nuestro imaginario nacional, desescolarizar el país, frenar la manipulación mediática y recomponer las defensas inmunitarias de la sociedad? ¿Cómo revalorizar la naturaleza, las culturas, la historia, la filosofía, la convivencia? ¿Cómo crear nuevos conceptos de subsistencia, redefinir la riqueza y la pobreza, reconceptualizar la escasez y la abundancia, repensar la educación, cambiar la organización sicosocial y desconstruir las ideas de progreso, desarrollo y modernidad? ¿Cómo podemos contribuir a dar otra salida a la crisis económica de México?

El lugar de su reunión fue tan pertinente como su tema. Fueron hospitalariamente acogidos por Caminando Unidos, organización independiente que desde hace muchos años convive con un grupo especial de desechados del desarrollo: familias enteras arrojadas a las afueras de Cuernavaca, continuamente amenazadas de expulsión del espacio en que se han asentado, en el que intentan crear un barrio convivial y autónomo. Personas como ellos, que forman mayoría en el país, serían directamente beneficiadas por un empeño social que sustituyera el catecismo del desarrollo por un ánimo sensato y secular que se ocupara realmente de lo que interesa a todos.

Un proyecto social y político de esta índole no puede ser impulsado por partidos y funcionarios que son directamente responsables de las catástrofes que han hecho de México un Estado fallido. Según Wikipedia, las características comunes de un Estado fallido incluyen un gobierno central tan débil o ineficaz que tiene escaso control real sobre buena parte del territorio; servicios públicos insuficientes; corrupción y criminalidad generalizadas; refugiados y movimientos involuntarios de la población, y aguda declinación económica. La etiqueta es teóricamente frágil y políticamente espuria, pero resulta cada vez más pertinente para referirse a la gestión de Felipe Calderón… y a todos los partidos, que actúan como comparsas en su tarea destructiva. Sería absurdo confiarles la tarea de la reconstrucción, que se concibe e implementa, paso a paso, a ritmo consistente y perdurable, desde abajo y a la izquierda.

La Jornada 24/08/09