sábado, 20 de octubre de 2007

No todo es rojo en Veracruz

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce


El absurdo en el pensar de muchos priístas, que dan por sentado que el 90 por ciento en los niveles de aceptación del gobernador del estado fue determinante en el triunfo en la elección del 2 de septiembre, deja muy mal parado al PRI en la entidad. Y, de paso, genera una clara inclinación a hacer del culto a la personalidad una herramienta electoral que substituye capacidad, eficacia y poder de convocatoria de dirigencia y estructura, subestimando el papel de la base partidista.

Si bien es entendible tal postura, dada la ínfima cultura política en amplios círculos del priísmo veracruzano y quienes les secundan en el coro, no consideramos sea justificable en tanto el partido tricolor -¿o rojo?-, no ha superado las condiciones que en su momento obligaran a pensar en su re estructuración o re invención, por lo que la confusión alimentada por el triunfalismo, podría dar lugar a pensar que, partiendo del éxito obtenido en la actual coyuntura, el partido goza de cabal salud, no habiendo necesidad alguna de someterlo a revisión.

Con vías al futuro, tal confusión debería ser motivo de reflexión, so pena de incurrir en el 2009 en actitudes de soberbia y prepotencia atribuibles, entre otras cosas, a la oposición como causa de su derrota en los recientes comicios. No puede restársele importancia a la participación ciudadana ni al carácter dinámico de la sociedad en su conjunto, dando por muerta a la oposición electoral gracias a la voluntad y carisma de un solo hombre, así sea el gobernante. No debiendo olvidarse que en la casa del jabonero quien no cae, resbala. Aclarar tal situación toca a la nueva dirigencia. El PRI en la entidad no puede dormirse en sus laureles bajo el influjo de las fanfarrias y la miel de un triunfo cuestionado.

En la confusión de la borrachera triunfalista, nadie, o casi nadie, entre los priístas, ha tomado en cuenta al juego de números del Instituto Electoral Veracruzano. De acuerdo a proyecciones del INEGI, la población total de Veracruz para el 2007, ascendería a 7 millones 110 mil habitantes. A partir de esta cifra, para el IEV, el 70 por ciento, 5 millones 4 mil, integraron el padrón de ciudadanos capacitados para elegir a diputados locales y alcaldes. El 30 por ciento restante teóricamente son personas de ambos sexos, sin derecho a voto.

De los 5 millones 4 mil asentados en el padrón electoral, 2 millones 764 mil sufragaron el día 2 de septiembre. Es decir, el 55 por ciento de los empadronados, en números redondos; de los cuales el 44.7 por ciento, 1 millón 236 mil, votaron a favor de la Alianza por la Fidelidad. El 55.3 por ciento, restante de los sufragios emitidos, se repartió entre la oposición y votos nulos. Así, a la luz de los números fríos, el nivel de aceptación del color rojo por parte de de la ciudadanía, en relación al total de empadronados, alcanzó el 2 de septiembre ni más ni menos, que el 24.7 por ciento.

Partiendo del supuesto de igual número de empadronados que en el 2007, en el 2004 el PRI y sus pequeños aliados, llevaron al triunfo al hoy gobernador, Fidel Herrera Beltrán, con el 18.8 por ciento del padrón, 941,725 sufragios. Si la elección del día 2 de septiembre de 2007, fuera referente para medir los niveles de aceptación alcanzados por la Alianza por la Fidelidad, tras casi tres años de brega del gobernante, y si Pitágoras no nos deja mentir, estaríamos hablando entonces de un incremento de apenas 6 puntos porcentuales con relación al 2004; muy posiblemente fruto del voto útil que abandonara a la oposición, por las razones que fueren, para seguir las banderas de la fidelidad.

Luego no cabe tomar como referencia el triunfo de la maquinaria que aparentemente tiñera de rojo a la entidad, para medir la mayor o menor aceptación del gobernador y la influencia de esta en el electorado. A la luz de los números del IEV, para la mayoría de los veracruzanos el PRI no fue su mejor opción.

Razón por la que la dirigencia del tricolor en la entidad no debería dejarse ganar por la euforia, perdiendo el piso y bajando la guardia. En términos numéricos se ganó la elección a costa del voto útil, que modificó sus preferencias tras la nefasta actuación de las dirigencias estatales de los partidos opositores a lo largo de precampañas y campañas electorales, pero prácticamente el voto duro del PRI no creció.

Otra cosa muy distinta, motivo de una seria reflexión con vías al futuro cercano, es la modificación substancial de la correlación de fuerzas políticas en la entidad, que se expresara el 2 de septiembre. Con el número de diputaciones y alcaldías logradas con el impactante triunfo en las urnas, indudablemente dicha correlación favorece al PRI y su alianza con la morralla, y con ello al gobernador. No así al PAN, PRD y Convergencia que prácticamente quedan fuera del juego del control político; viéndose en la tesitura de tener que remontar a contracorriente la cuesta en el camino al 2009. La ausencia actual de liderazgo, estructura y espíritu de cuerpo al interior de estos institutos políticos en la entidad, tras la apabullante derrota, así lo indican.

Conservar y acrecentar tal ventaja es el desafío en el camino al 2009 y al 2010 para la dirigencia que encabeza José Yunes Zorrilla. Sin perder de vista que la correlación de fuerzas, que hoy favorece a su partido, es susceptible de modificarse en el tiempo y, en política, 12 meses es mucho tiempo, pudiendo variar, entre otras cosas, factores externos a la entidad que contextualizan nuestra vida política doméstica. En previsión a ello, el priísmo debe valorar fortalezas y debilidades, aceptando que su talón de Aquiles reside en la ausencia de vida democrática al interior del partido y, al día de hoy, una inaceptable soberbia que más que sumar, divide.

pulsocritico@gmail.com

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