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lunes, 9 de noviembre de 2009

PRD, lumpen de la política veracruzana

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

No se necesitaba bola de cristal alguna para prever lo que acontecería el pasado domingo con la elección del PRD en la entidad. Si ante toda la nación los vergonzosos dimes y diretes entre las bancadas veracruzanas del PRI y el PAN en San Lázaro marcaran el actual nivel de la política, ayuna de ideología y el mínimo de respeto a las formas y a la sociedad en su conjunto, el recurrente cochinero del partido del sol azteca ubica a este como el lumpen de la política en Veracruz.

No es de extrañarse lo que acontece en la vida política de Veracruz, lo reitero, no es otra cosa que reflejo de la profundidad de la crisis de un sistema de partidos políticos que tiempo ha dejara de responder a la función que la sociedad les tiene encomendados. El pragmatismo pedestre que en ellos se practica ni responde a los intereses de las mayorías ni contribuye a la construcción de la democracia; prevaleciendo el interés de individuos y de grupos que al amparo de los partidos políticos contemplan al país como botín y a la población como servidumbre a su servicio.

Lo mismo a nivel nacional que en nuestra idílica isla de la fantasía, la política, lejos de servir se sirve en beneficio de unos cuantos, registrando el nivel más bajo de toda la historia moderna de México. Luego no debe extrañarnos que así como la delincuencia -lumpen del país llamada a vivir de las migajas-, se impone por sobre el interés del Estado haciendo pesar de manera organizada violencia y capacidad económica y financiera para operar impunemente en provecho propio, un partido político venido a menos, prácticamente marginal y muerto políticamente en Veracruz, desprovisto de toda legitimidad exhibiendo sin pudor sus más bajos instintos, medre a costillas de una sociedad desorientada víctima de la incertidumbre y la corrupción.

El sistema de partidos políticos en su conjunto, se vale de la necesidad y miseria de amplios sectores de la población mayoritaria, prostituyendo a los electores a cambio de votos y exhibiendo con desparpajo su desverguenza bajo una máscara de decencia y civilidad. En tal escenario, el PRD específicamente opera a diferencia de sus congéneres de cuello blanco, cual pandillero de barrio; victimando a los más débiles, a los que no logran superar miseria e ignorancia, a la par que entre los desclasados miembros de la pandilla se acuchillan dirimiendo la posesión de un no tan magro botín.

Y aún así, hablan de capital político y lo subastan al mejor postor, negociando lo mismo con el PRI que con el PAN, alianzas y trastupijes electorales cual delincuentes que viven del chantaje y el uso de la violencia como medio y como forma de existencia marginal. Como si la vida política de la entidad requiriera de los servicios de matones a sueldo para asegurar el bien común.

Lo que de manera recurrente observamos al interior del partido del sol azteca en la entidad, no tiene nada que ver con la izquierda y sus movimientos reivindicatorios. Lo mismo en la llamada izquierda parlamentaria que en la izquierda social, lo que queda de ese partido en Veracruz es apenas quizá un mal necesario, una fístula que lastima y ofende pero que se hace necesaria para mendingar apenas mínimas reformas y presuntas conquistas, ante la incapacidad manifiesta de quienes sintiéndose izquierda real se avergüenzan de salir a la calle para exigir aquello a lo que en justicia les corresponde.

No podemos seguir en tal confusión ni requerimos que la crisis de partidos políticos en México toque fondo para erradicar la fístula de entre las filas de la izquierda. Sólo basta querer y participar para poder hacerlo y la solución está en las urnas. Ni un voto al PRD en Veracruz.

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viernes, 28 de agosto de 2009

Partidos políticos. La prueba del ácido

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

En la democracia representativa la prueba del ácido para los partidos políticos son los procesos electorales. El sufragio ciudadano determina el ser o no ser de todo partido político. El proceso electoral del pasado cinco de julio, con un abstencionismo de un poco más del 60 por ciento, puso de manifiesto que en términos prácticos, ninguno de los ocho partidos nacionales paso la prueba. La ausencia de representatividad, credibilidad y congruencia del sistema de partidos políticos en México es más que evidente. Habiendo dejado de responder a las necesidades de participación política y representatividad electoral de la enorme mayoría de los mexicanos en edad de votar, estos, en una escala de 0 a 10 calificaron con 4 al conjunto del sistema de partidos, arrastrando consigo a una legislación electoral federal inoperante.


Hoy asistimos al funeral legal del Partido Social Demócrata que no alcanzando el mínimo de votos que le asegurara su supervivencia, no pasó la prueba de aceptación por parte de la voluntad popular. A partir de esta descalificación, surge con ello la pregunta obligada: ¿Cual sigue? ¿Cuándo tendrán lugar las próximas exequias partidistas frente a la profunda crisis de un sistema nacional de partidos políticos que avanzando a pasos acelerados hacia un nefasto bipartidismo, refleja su incapacidad para afrontar los retos de un país en quiebra técnica?


El próximo examen a nivel federal habrá de aplicarse en el 2012, con la elección presidencial y la renovación del Congreso de la Unión. De continuar la actual tendencia del electorado, con el agravante de la percepción mayoritaria de que los tres órdenes de gobierno manifiestan su incapacidad para frenar el deterioro de la vida económica y social del país, la calificación podría ser aún más baja que la obtenida en el presente año.


Pensando un poco a la antigüita, y bajo la óptica de un análisis simplista, podríamos estar de acuerdo con quienes afirman que no todas las elecciones son iguales, diferenciando a las llamadas intermedias de la sustantiva de cada seis años con una también desigual tendencia de participación y abstencionismo. Sin embargo, en las actuales condiciones que se viven en México, lo que echa por tierra tal tesis es que de aquí para adelante lo que determinará el resultado de todo proceso electoral, será la circunstancia económica y social que prive en el momento de la elección; arrastrando consigo a un sistema de partidos políticos cuya crisis aún no toca fondo y que, por lo consiguiente, no afronta el reto de actualizarse poniéndose a tono con una ciudadanía que le ha rebasado.


Fuera de la ciudad de México, todo es Cuautitlan, reza la vieja conseja con la que al mismo tiempo que los “capitalinos” menospreciaban a “la provincia” se descalificaba a la ingente necesidad de revertir el centralismo mediante un movimiento renovador que planteaba el caminar de la periferia al centro. Hoy parece que sigue privando tal añeja conseja. La vida política, económica y social se concentra en el Distrito Federal y zonas conurbadas aledañas de las entidades federativas que comparten espacios con la gran urbe. El resto del país, no obstante la tendencia a la feudalización regional y hacer pesar a los gobernadores en la toma de decisiones, el centralismo y el desdén por “la provincia”, se mantiene incólume. El trato de la prensa nacional para con las entidades federativas y las consecuencias sobre las finanzas públicas estatales y municipales como resultado del pésimo desempeño del gobierno federal, lo confirman.


Tal fenómeno no solamente se refleja, también se repite en el sistema nacional de partidos políticos. Los gobernadores podrán, pesar, influir y ser factor determinante en sus respectivas entidades federativas de la vida misma de los partidos políticos nacionales en los que a su jurisdicción compete. No obstante, las decisiones sustantivas recaen en el ámbito centralizado de las dirigencias nacionales que, entre otras cosas, administran lo mismo el reacomodo de la correlación de fuerzas en juego que los intereses de los poderes fácticos, poder real del país en su conjunto. Todo esto tiene como corolario el que en la vida interna de los partidos políticos la posibilidad de renovación y democratización resulte inviable. A más de que en una acción suicida se da la contradicción en la que los intereses partidistas del centro se confrontan con los que legítimamente respondan a la correlación de fuerzas e intereses fácticos de “provincia”. Existiendo ya de hecho una fragmentación en la que cada partido político está dividido en tantas partes como entidades federativas, incluido el D.F., coexisten en la vida republicana de México. Así, la unidad nacional de cada uno de los partidos sobrevivientes, resulta ser una entelequia.


Conforme tal contradicción se profundice con las exigencias de los gobernadores de una mas equitativa distribución de la hacienda pública federal y un mayor poder de decisión en materia de políticas públicas a nivel local, confrontando a las dirigencias nacionales con el gobierno federal, la fragmentación partidista será mayor y con un mayor grado de conflictividad, en el seno de una sociedad también dividida conforme la desigualdad y la pobreza reviven a la presuntamente muerta lucha de clases.


El tiempo avanza sin respuestas claras y contundentes a la crisis del sistema de partidos y, en Veracruz, se nos echó encima. La elección del 2010 se dará en tal escenario y no es extraño el escuchar comentar al ciudadano común, que en esta ocasión se reprobará una vez más a los partidos políticos, sometiéndoles a la prueba del ácido y que, de sufragar, será a favor o en contra de aquellos personajes que merezcan mayor o menor confianza para el electorado, independientemente del color de la camiseta que ostenten o del calor que reciban del gobernador del estado.

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martes, 25 de agosto de 2009

Marcelo Ramírez y su propuesta de rescate de los partidos políticos

En Perspectiva

J. Enrique Olivera Arce

Leí con interés el artículo titulado “Los partidos políticos: ¿Volver a los orígenes?, del Maestro Marcelo Ramírez Ramírez, publicado en el Portal de Internet “entornopolitico.com”, del periodista Quirino Moreno Quiza, en el que hace una breve semblanza del estado actual que guarda el sistema de partidos políticos en México. Tratándose de un artículo periodístico y por tanto sujeto a un espacio limitado, a mi juicio mi buen amigo Marcelo se queda corto en su análisis. Lo que se está viviendo al interior de los partidos, con su pérdida de identidad, credibilidad y representatividad democrática, es apenas un pálido reflejo de una profunda crisis del sistema económico y político nacional.


Aunque Marcelo Ramírez concentra su atención al PRI, PAN y PRD, partidos mayoritarios, el resto, de menor presencia y peso específico en la correlación de fuerzas, viven también, guardadas las proporciones del caso, la pérdida del impulso ideológico, y programático que les dieran origen. Ninguno se salva de la pérdida de rumbo frente a las inéditas condiciones de deterioro que acusa el Estado Mexicano. Ninguno responde ya a la tan necesaria como urgente necesidad de cambios profundos en las estructuras económicas, sociales y políticas que demanda un país al que ya se califica como fallido.


Marcelo Ramírez afirma que: “En México, los partidos políticos atraviesan, según todas las evidencias, una etapa de crisis que impone un nuevo comienzo. Las causas de la desviación de la ruta predeterminada son, desde luego, diferentes en cada uno de los tres partidos grandes a los que aquí nos referimos: el PRI, el PAN y el PRD; por tanto, las respuestas serán también diferentes, existiendo un solo factor común: en los tres casos volver al origen significa para ellos replantear los propósitos históricos que les dieron vida, pero actualizados para funcionar en el contexto de las realidades del mundo globalizado”.


Preguntándose el autor si los partidos podrán reafirmar su identidad extraviada, cuando ello supone, entre otras cosas, recuperar un discurso distintivo del que deriven planteamientos concretos para encarar los problemas nacionales.


Marcelo, idealista irredento y priísta de cepa, se formula tal interrogante ante “... lo evidente del modelo económico que hasta el momento han sido absolutamente ineficaz para revertir los efectos de la crisis, sustentando que mientras el modelo económico neoliberal es enjuiciado y corregido en los países donde originalmente fue adoptado y promovido, en México el panismo cada día menos humanista y más pragmático, sigue fiel al recetario del FMI y a las consignas del Consenso de Washington”.


Confundiendo, en esto último, la ineficacia sistémica del capitalismo para resolver sus propias contradicciones, con las políticas públicas coyunturales emanadas del gobierno federal panista y las limitaciones de un presidente de la República acotado por su propia pequeñez y ausencia de visión de Estado. El panismo ni es más neoliberal ni menos humanista que el resto de los partidos que conforman el espectro político de México.


En todo caso, el PAN en congruencia con sus orígenes y objetivos, representa a lo más rancio de la derecha ultra conservadora de siempre en la vida política nacional y así se manifiesta en el ejercicio del poder presidencial.


Lo determinante en última instancia es el papel que cada partido asume frente a la combinación de la crisis sistémica global y la no por añeja menos perjudicial que a lo largo de más de cinco lustros, se ha enseñoreado en el México neoliberal que a partir de los últimos gobiernos priístas rompiera con el hilo conductor del nacionalismo revolucionario emanado de la Revolución Mexicana.


El modelo neoliberal, bajo esta óptica, no es patrimonio de ninguno de los partidos políticos nacionales. Ni siquiera del gobierno federal o de los feudos regionales ahora bajo el control de los gobernadores. Está ya enraizado sistémicamente en la sociedad nacional en su conjunto, lo mismo en los sectores más desarrollados de la economía capitalista que en aquellos más atrasados y excluidos de la modernidad. Reflejándose ello en la esencia misma del sistema de partidos políticos que como entidades públicas sostiene el contribuyente. La ideología neoliberal, sus pragmáticas recetas y su instrumentación en la vida económica, política, cultural y social de México, iguala como catalizador a las diversas expresiones del espectro político nacional.


Para diferenciar a los partidos políticos, en primera y última instancia, el problema no radica en sus orígenes ni en el voluntarismo que se pueda dar para rescatar estos, adecuándolos a las nuevas realidades del mundo globalizado. Lo que cuenta es la disposición de cada uno de ellos para romper hoy con el modelo neoliberal que nos ata a los designios de nuestros vecinos del norte y a una oligarquía criolla que oferta al país y su soberanía en una constante venta de garage. Lo que debería esperarse de los partidos políticos en México es su propuesta y compromiso de un cambio radical de modelo de país, fortaleciendo al Estado mexicano frente a los embates de inoperantes leyes del mercado que nos hacen dependientes del exterior, respondiendo a la crisis sistémica global con políticas públicas que concurran a la generación y distribución de riqueza con sentido de equidad y defensa de la soberanía nacional. Ninguno de los partidos nacionales se encuentra en tal tesitura.


De ahí la crisis del sistema de partidos en México. Aferrado a un modelo caduco, agotado y fracasado, este se debate en una permanente contradicción con lo que de los partidos políticos espera una sociedad que para salir del estancamiento económico y el deterioro social concomitante, requiere de nuevos horizontes. En ello estriba su ausencia actual de rumbo y destino, pérdida de identidad y de credibilidad, así como ante su incapacidad para afrontar las nuevas realidades, los partidos políticos se enfrascan en bizantinas batallas al interior de sus respectivas estructuras, disputándose el poder por el poder mismo, así como el privilegio de administrar corrupción e impunidad.


Volver al origen histórico como respuesta a su crisis actual, como plantea Marcelo Ramírez, es, a mi juicio, un anacronismo, un desear volver al pasado. Retornar a un México que ya no existe. Los orígenes partidistas ya no se corresponden con el México del presente ni con las necesidades reales y sentidas de una sociedad cada vez más plural, más informada, más participativa y al mismo tiempo más individualista, como tampoco con las expectativas futuras de la Nación. Los partidos actuales están caducos. Su concepción como tales está rebasada por la realidad presente y, por tanto, sometidos a ser cada vez más inoperantes como intermediarios en el permanente conflicto entre las clases dominantes y las subordinadas y como interlocutores de la sociedad frente al Estado.


Más que volver a sus orígenes históricos ideológicos y programáticos, lo que cabe es retornar al seno de la sociedad bajo cuya soberanía los partidos existentes cobraran vida. Será esta la que en última instancia asuma el dictado de la orientación ideológica, programa y principios estatutarios de los partidos que en el futuro habrán de garantizarle al ciudadano su participación ordenada, democrática y consecuente en la búsqueda de nuevos y más amplios derroteros. En tanto esto último no se de, valores tales como la ética política, la solidaridad y la moral partidista, seguirán siendo figuras retóricas en el manido discurso de una presunta renovación de la vida política nacional. Mientras la crisis sistémica global y sus nefastas consecuencias, sigue impertérrita orillando al país al desastre.

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domingo, 19 de julio de 2009

PRD. Enpantanadas las exequias

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

Cuauhtemoc Cárdenas, quien en el 2006 torpedeara al PRD y al Movimiento Nacional de Resistencia Pacífica oponiéndose al liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, en su calidad de “vaca sagrada” de la izquierda electoral insiste en su llamado a que el PRD resurja de entre los muertos para iniciar una nueva vida libre de pecado.

En comunicación telefónica con La Jornada, difundida el viernes por el rotativo, aseveró que “es indispensable que se restituya la legalidad interna en el partido para que haya autoridad, en primer lugar. Pero también, agregó, para hacer un intenso trabajo de organización; para realmente rehacer el PRD, reconstituir sus bases, darle presencia en aquellas partes donde prácticamente está ausente de todo. Ésos son los trabajos que deben impulsarse desde cero, como si se tratara de fundar el PRD”. Pretendiendo una vez más asumirse como guía moral de la izquierda.

Uno de los requisitos que pone el michoacano como condición para tal refundación es hacer valer la legalidad al interior del sol azteca, expulsando a los militantes que al amparo de las siglas de otros partidos participaran como candidatos en los recientes comicios, así como a los que apoyaran o promovieran a estos en contravención a los ordenamientos partidistas. De no acatarse tal condición, no reconocerá la autoridad de la actual dirigencia nacional que, a su juicio, en tal caso debe renunciar.

Más claro ni el agua, pero sin el valor para decirlo abiertamente, Cuauhtemoc está exigiendo la expulsión de Andrés Manuel López Obrador y quienes desde las filas del perredismo le acompañan en el Movimiento Nacional en Defensa de la Economía Popular, el Petróleo y la Soberanía. Así como el retiro del PRD del Frente Amplio Progresista. En pocas palabras, pide depurar el cadáver para que en su retorno a la vida nacional esté integrado por una militancia químicamente pura que, inmaculada, arrope a aquellos, los chuchos, que legitimen su calidad de dirigentes mediante la aplicación a raja tabla de la legalidad estatutaria.

Chingón, como suele decir Marcela Gómez Salce.

El inconveniente a la vista es que Jesús Ortega y su mafia no se sienten con los arrestos suficientes para enfrentar al movimiento social que encabeza López Obrador. Mucho menos están dispuestos a renunciar a las canonjías, prebendas y manejo de las prerrogativas de que disfrutan en su calidad de dirigentes del hoy cadáver insepulto. Más, si haciendo valer principios legaloides, con ello propiciaran el que los diputados electos y plurinominales afines a López Obrador en San Lázaro o en la Asamblea Legislativa del D.F., optaran por sumarse a las bancadas del PT o Convergencia.

Por muy “vaca sagrada” que sea, Cuauhtemoc no tiene ya la autoridad moral y política suficiente para imponer su palabra a los intereses de “los chuchos” y sus corrientes afines. Ni estos estarían dispuestos a escucharlo confrontándose con el lopezobradorismo que tiene presencia y peso al interior del partido.

Enpantanadas las exequias en la cúpula, la única salida viable para la izquierda electoral sería proceder a la cristiana sepultura de un sol que ya no brilla, y a otra cosa mariposa. De lo contrario, para el 2012, será simple mirón de palo, al garete, perdida en el eterno juego de los dimes y diretes y, de paso, cancelando la opción electoral a una abigarrada izquierda social que en su movilización aún no encuentra su propio camino.

Adendum

Al concluir estas líneas leo a la analista política María Elena Fisher, quien afirma que: “Dos partidos parecen a punto de pulverizarse: el PRD tras las tonteras de AMLO y el PAN”. Creo que hace una mala lectura de la realidad que viven ambos institutos políticos, llevada por el triunfalismo del PRI en Veracruz. Una cosa es calificar metafóricamente al PRD como un cadáver insepulto en el contexto de su crisis de identidad y resultados electorales en gran parte del territorio nacional, y otra, muy distinta, es que esté a punto de pulverizarse.

No olvidemos que gobierna a la capital del país, centro neurálgico de la vida política nacional, en donde PRI no figura y el PAN es a duras penas primera minoría. En cuanto a lo que califica de tontera de AMLO, tomando como referencia lo acontecido en Iztapalapa con “Juanito”, no comparto tal apreciación. No se puede desconocer la diferencia entre izquierda electoral o parlamentaria, e izquierda social; ello impide comprender que lo que ella toma como “tontera”, es la confirmación de la fuerza de un movimiento ciudadano que bajo la conducción de Andrés Manuel López Obrador, en un santiamén le corrigió la plana al Tribunal Federal Electoral.

Por cuanto al PAN, el rechazo en los recientes comicios a Felipe Calderón Hinojosa por parte de una ciudadanía lastimada, no fue suficiente para concluir que este instituto político está a punto de pulverizarse. Está en crisis, como todo el sistema de partidos políticos en México, pero haiga sido como haiga sido, detenta el poder presidencial.

Tampoco se puede hacer de lado que no caben comparaciones simplistas. El PRD es un partido de masas en el que la militancia de base participa en su vida interna, discute, propone, pelea y, aunque ahora secuestrada por una burocracia corrupta, pesa para bien o para mal, en la toma de decisiones. El PAN y en gran medida el PRI, son partidos de cuadros sometidos a decisiones cupulares en los que el que manda, manda y si se equivoca vuelve a mandar.

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