martes, 25 de agosto de 2009

Marcelo Ramírez y su propuesta de rescate de los partidos políticos

En Perspectiva

J. Enrique Olivera Arce

Leí con interés el artículo titulado “Los partidos políticos: ¿Volver a los orígenes?, del Maestro Marcelo Ramírez Ramírez, publicado en el Portal de Internet “entornopolitico.com”, del periodista Quirino Moreno Quiza, en el que hace una breve semblanza del estado actual que guarda el sistema de partidos políticos en México. Tratándose de un artículo periodístico y por tanto sujeto a un espacio limitado, a mi juicio mi buen amigo Marcelo se queda corto en su análisis. Lo que se está viviendo al interior de los partidos, con su pérdida de identidad, credibilidad y representatividad democrática, es apenas un pálido reflejo de una profunda crisis del sistema económico y político nacional.


Aunque Marcelo Ramírez concentra su atención al PRI, PAN y PRD, partidos mayoritarios, el resto, de menor presencia y peso específico en la correlación de fuerzas, viven también, guardadas las proporciones del caso, la pérdida del impulso ideológico, y programático que les dieran origen. Ninguno se salva de la pérdida de rumbo frente a las inéditas condiciones de deterioro que acusa el Estado Mexicano. Ninguno responde ya a la tan necesaria como urgente necesidad de cambios profundos en las estructuras económicas, sociales y políticas que demanda un país al que ya se califica como fallido.


Marcelo Ramírez afirma que: “En México, los partidos políticos atraviesan, según todas las evidencias, una etapa de crisis que impone un nuevo comienzo. Las causas de la desviación de la ruta predeterminada son, desde luego, diferentes en cada uno de los tres partidos grandes a los que aquí nos referimos: el PRI, el PAN y el PRD; por tanto, las respuestas serán también diferentes, existiendo un solo factor común: en los tres casos volver al origen significa para ellos replantear los propósitos históricos que les dieron vida, pero actualizados para funcionar en el contexto de las realidades del mundo globalizado”.


Preguntándose el autor si los partidos podrán reafirmar su identidad extraviada, cuando ello supone, entre otras cosas, recuperar un discurso distintivo del que deriven planteamientos concretos para encarar los problemas nacionales.


Marcelo, idealista irredento y priísta de cepa, se formula tal interrogante ante “... lo evidente del modelo económico que hasta el momento han sido absolutamente ineficaz para revertir los efectos de la crisis, sustentando que mientras el modelo económico neoliberal es enjuiciado y corregido en los países donde originalmente fue adoptado y promovido, en México el panismo cada día menos humanista y más pragmático, sigue fiel al recetario del FMI y a las consignas del Consenso de Washington”.


Confundiendo, en esto último, la ineficacia sistémica del capitalismo para resolver sus propias contradicciones, con las políticas públicas coyunturales emanadas del gobierno federal panista y las limitaciones de un presidente de la República acotado por su propia pequeñez y ausencia de visión de Estado. El panismo ni es más neoliberal ni menos humanista que el resto de los partidos que conforman el espectro político de México.


En todo caso, el PAN en congruencia con sus orígenes y objetivos, representa a lo más rancio de la derecha ultra conservadora de siempre en la vida política nacional y así se manifiesta en el ejercicio del poder presidencial.


Lo determinante en última instancia es el papel que cada partido asume frente a la combinación de la crisis sistémica global y la no por añeja menos perjudicial que a lo largo de más de cinco lustros, se ha enseñoreado en el México neoliberal que a partir de los últimos gobiernos priístas rompiera con el hilo conductor del nacionalismo revolucionario emanado de la Revolución Mexicana.


El modelo neoliberal, bajo esta óptica, no es patrimonio de ninguno de los partidos políticos nacionales. Ni siquiera del gobierno federal o de los feudos regionales ahora bajo el control de los gobernadores. Está ya enraizado sistémicamente en la sociedad nacional en su conjunto, lo mismo en los sectores más desarrollados de la economía capitalista que en aquellos más atrasados y excluidos de la modernidad. Reflejándose ello en la esencia misma del sistema de partidos políticos que como entidades públicas sostiene el contribuyente. La ideología neoliberal, sus pragmáticas recetas y su instrumentación en la vida económica, política, cultural y social de México, iguala como catalizador a las diversas expresiones del espectro político nacional.


Para diferenciar a los partidos políticos, en primera y última instancia, el problema no radica en sus orígenes ni en el voluntarismo que se pueda dar para rescatar estos, adecuándolos a las nuevas realidades del mundo globalizado. Lo que cuenta es la disposición de cada uno de ellos para romper hoy con el modelo neoliberal que nos ata a los designios de nuestros vecinos del norte y a una oligarquía criolla que oferta al país y su soberanía en una constante venta de garage. Lo que debería esperarse de los partidos políticos en México es su propuesta y compromiso de un cambio radical de modelo de país, fortaleciendo al Estado mexicano frente a los embates de inoperantes leyes del mercado que nos hacen dependientes del exterior, respondiendo a la crisis sistémica global con políticas públicas que concurran a la generación y distribución de riqueza con sentido de equidad y defensa de la soberanía nacional. Ninguno de los partidos nacionales se encuentra en tal tesitura.


De ahí la crisis del sistema de partidos en México. Aferrado a un modelo caduco, agotado y fracasado, este se debate en una permanente contradicción con lo que de los partidos políticos espera una sociedad que para salir del estancamiento económico y el deterioro social concomitante, requiere de nuevos horizontes. En ello estriba su ausencia actual de rumbo y destino, pérdida de identidad y de credibilidad, así como ante su incapacidad para afrontar las nuevas realidades, los partidos políticos se enfrascan en bizantinas batallas al interior de sus respectivas estructuras, disputándose el poder por el poder mismo, así como el privilegio de administrar corrupción e impunidad.


Volver al origen histórico como respuesta a su crisis actual, como plantea Marcelo Ramírez, es, a mi juicio, un anacronismo, un desear volver al pasado. Retornar a un México que ya no existe. Los orígenes partidistas ya no se corresponden con el México del presente ni con las necesidades reales y sentidas de una sociedad cada vez más plural, más informada, más participativa y al mismo tiempo más individualista, como tampoco con las expectativas futuras de la Nación. Los partidos actuales están caducos. Su concepción como tales está rebasada por la realidad presente y, por tanto, sometidos a ser cada vez más inoperantes como intermediarios en el permanente conflicto entre las clases dominantes y las subordinadas y como interlocutores de la sociedad frente al Estado.


Más que volver a sus orígenes históricos ideológicos y programáticos, lo que cabe es retornar al seno de la sociedad bajo cuya soberanía los partidos existentes cobraran vida. Será esta la que en última instancia asuma el dictado de la orientación ideológica, programa y principios estatutarios de los partidos que en el futuro habrán de garantizarle al ciudadano su participación ordenada, democrática y consecuente en la búsqueda de nuevos y más amplios derroteros. En tanto esto último no se de, valores tales como la ética política, la solidaridad y la moral partidista, seguirán siendo figuras retóricas en el manido discurso de una presunta renovación de la vida política nacional. Mientras la crisis sistémica global y sus nefastas consecuencias, sigue impertérrita orillando al país al desastre.

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