jueves, 3 de enero de 2008

2008, Año negro

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

Pulsocritico.com

Pasada la euforia consumista, la concordia simulada y la más de las veces falsa unidad familiar; gastado más de lo que se recibiera por la última quincena, incluyendo el aguinaldo, al que por cierto a una gran mayoría no se le otorga por parte de empleadores rapaces, se inicia la tradicional marcha anual al Monte de Piedad, o a las casas de empeño que, además de proliferar, insisten en hacer ostentación pública de la cada vez más depauperada situación de los humildes y la no tan humilde clase media.

No tendría nada de extraordinario si, dado el caso, el año que inicia, fuera un año más de los tantos que en el pasado fueran medianamente generosos para con la sociedad mexicana. El gozo presente y el mañana superado a jalones y estirones, permitía salir avante en la cuesta de enero. Confiados siempre en que los buenos deseos y las buenas vibras, a lo largo de los meses venideros surtirán el efecto esperado, colmándonos de salud, bienestar y por sobre todas las cosas, la prosperidad económica que nos sacará de pobres.

Hoy la situación en diferente. Lo verdaderamente extraordinario, es que pocos mexicanos son concientes de que tras las festividades decembrinas, se le esta dando la bienvenida a un año atípico que, con oscuros nubarrones en el horizonte, anuncia el próximo arribo de lo que los expertos califican ya como “la tormenta perfecta” en materia económica y social, y cuya gravedad de su impacto no es aún dimensionada del todo en su magnitud.

Año negro, para los especialistas y para avispados caricaturistas. Pese a que el gobierno pretenda tapar con un dedo lo que ya no es posible ocultar. Una realidad para la cual el país se encuentra desarmado.Uno a uno se van sumando los factores que inciden en la conformación de un todo que podría dar lugar a un verdadero desastre. Los anuncios, tardíos, de lo que viene, no parecen preocupar ni a las autoridades, que insisten en contar con un eficaz blindaje, como a una ciudadanía confiada, en tanto desinformada y ajena a las componendas del poder que han postrado al país a niveles tales que, prácticamente, no sólo se ha desmantelado al Estado mexicano, también se ha hipotecado a toda la Nación.

El entorno internacional nos es adverso. La economía norteamericana en crisis nos arrastra en su caída. El flujo de inversión extranjera se ha frenado, la fuga de divisas va en aumento, en tanto que las remesas disminuyen, a la par que se incrementa el déficit comercial con la Unión Europea y Asia. Todo en el marco de una política de paridad cambiaria, sujeta al vaivén de la moneda norteamericana en constante deterioro. La situación de alto riesgo de la economía nacional es más que evidente.

En lo interno, la economía no crece, la pobreza no disminuye y la violencia criminal campea por sus fueros en todo el territorio nacional; en tanto que la apertura comercial del sector agropecuario, pactada en el TLCAN, coloca en total indefensión a la gran mayoría de productores de granos básicos, lácteos, cárnicos y azúcar. Desmantelado el campo mexicano y tras 14 años de traición e indiferencia oficial, la hambruna y la correspondiente migración como punto de fuga, acechan a millones de mexicanos en las zonas rurales con mayores índices de pobreza. Tras el niño ahogado, toda intervención oficial, de palabra o en los hechos, resulta ya no sólo extemporánea, sino incluso contraproducente, en tanto que confronta a dos modelos opuestos de desarrollo en el campo. O se apoya en nombre de la modernidad, productividad y competitividad, a la agricultura industrial trasnacionalizada, concentrada en muy pocas manos, o se rescata a la mayoritaria y atrasada agricultura tradicional. Palo dado ni Dios lo quita, hoy hay que pagar la factura de la inserción salinista de México al primer mundo.

A ello se agregan nuevos impuestos, el alza en la renta de vivienda, en el precio de la gasolina, diesel, gas y transporte público y, por lo consiguiente en todos los alimentos y bienes intermedios. Escalada esperada que no se compensará con el incremento a los mini salarios que, a juicio de los expertos, alcanzarán apenas para adquirir el 16 % de la llamada “canasta básica”. Reducida la capacidad real de compra de más del 40 por ciento de mexicanos que perciben entre uno y dos salarios mínimos, se pone en jaque al mercado interno y, con ello, a la pequeña y mediana industria. Así, la depresión económica, el desempleo y la hambruna también amenazan con hacerse presentes en las zonas urbanas.

Como corolario, en lo político, los intentos del PRIAN por hacer valer las llamadas reformas estructurales neoliberales en materia energética y laboral, terminarán por fructificar. Después del bodrio pomposamente llamado reforma electoral, y la regresiva y grosera reforma del Poder Judicial, las reformas pendientes culminarían con lo que queda del Estado mexicano surgido de la Revolución Mexicana. La posible privatización de PEMEX y de la CFE, la cancelación de los derechos sociales de los trabajadores, aunada a la congelación de los salarios y su constante deterioro, terminan por ensombrecer aún más el panorama.

Lo peor no es sólo eso. México abandonó un modelo de desarrollo, que fue eficaz a lo largo de más de 70 años, y no lo substituyó con nada coherente y racional, que nos permita confiar en el futuro. 2008 se hace presente en un país sin rumbo, con más de la mitad de su población en condiciones de miseria, comparado por agencias internacionales con Haití. No es algo de lo que podamos enorgullecernos, y sí una bomba de tiempo que esperamos no nos estalle entre las manos.

Año negro, un 2008 que parece no querer atender a buenos deseos y buenas vibras de los habitantes de un México que merece y exige su rescate. Y aún así, cabe mantener el optimismo, con la guardia en alto. No ocultemos la cabeza en la arena frente a la realidad apabullante. No dejemos que los oscuros nubarrones se tornen en catástrofe.