miércoles, 16 de septiembre de 2009

Cambiando de tema, como ejercicio políticamente correcto

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce



En tiempos de crisis leer enriquece


Resulta cada día más difícil escribir sobre aquello que se contrapone a los circunstanciales intereses económicos o políticos de los propietarios de los medios de comunicación. El ámbito del periodismo crítico en la provincia se reduce de tal manera, que el universo objeto de investigación, opinión, comentario o análisis, para el escribidor, amateur o profesional, el carecer de tema para echar a volar la pluma a sus anchas y con plena libertad es cosa cotidiana.


El ejercicio de la autocensura personal para el escribidor, se convierte en el pan de cada día. No hay tema válido, social o político que abordar. Debiéndose recurrir entonces al periodismo menor, aquel en el que lo más sano y políticamente correcto es decir lo que la audiencia en los círculos cercanos al poder, quiere leer o escuchar, o lo que al gobernador en turno le interese difundir.


Las reglas del juego son claras, y a ellas hay que atenerse si se quiere figurar en blanco y negro en los medios impresos, o a todo color en los electrónicos. Tratar de romperlas es bordar en el vacío. O el escribidor se condena a sí mismo al ostracismo, o recurre a su inventiva para laborar sobre pedido como texto servidor, con la esperanza de que el editor algún día extreme su generosidad y le salpique un poco de sus pingües ganancias. Existiendo siempre la posibilidad de negociar por su cuenta y riesgo y en su propio beneficio, lo que por principio mercantil corresponde cobrar al o los empresarios propietarios del medio que le emplea. Pero eso, más allá del tradicional e institucionalizado “chayo”, es mal visto y , además, condenado por las empresas editoras en tanto constituye una falta a la “ética” que norma al artesanal ejercicio periodístico.


Pero volviendo al restringido universo de la temática, son tan abrumadoras y en tal cantidad las noticias que hablan sobre el desastre económico y moral a que nos han conducido los pésimos gobiernos federales a lo largo de más de cinco lustros, que el tema ya es del dominio público. Habiendo sido ya abordado por las vacas sagradas de la prensa nacional, resulta para el escribidor local algo más que innecesario, salvo que el tan negativo escenario que se vive en el país, sea tomado como contexto referencial para destacar la corresponsabilidad que en ello llevan gobernadores y presidentes municipales en nuestro ámbito más cercano. Y ahí es donde la puerca tuerce el rabo. Tal tema cae en el tan sobado ámbito de la obligada autocensura personal o en el intercambio de favores entre las empresas editoras y quienes ejercen el poder formal de la entidad federativa de que se trate. En nuestro caso particular, Veracruz.


Pensaba escribir este día sobre el joven cordobés cuyo sueño guajiro de llegar a ser gobernador de Veracruz le fuera impuesto, muy a su pesar, ya que en lo personal conoce a la perfección cuales son sus limitaciones y el reto de tener que contender con quienes han aprendido a lo largo de muchos años el ABC de la política, que, por cierto, algunos dominan a la perfección. El tema es tabú. El escribir con talante crítico sobre Javier Duarte de Ochoa, o la división que su anticipada y costosa promoción está dando lugar al interior de su partido, ni es políticamente correcto ni reditúa ganancia alguna para los medios en los que generosamente se me brinda espacio y oportunidad.


Con este antecedente, opto por escribir dirigiéndome a un público que por principio debería ser electoralmente neutro y ajeno a los valores entendidos, el de los filósofos, intelectuales libres, y aquellos ciudadanos que de buena fe, con camiseta de algún color, o sin ella, conservan el privilegio de pensar. Proponiéndoles substraerse tanto de la realidad real como de la virtual que construyen los medios de comunicación y que tanto daña al espíritu; dedicándole tiempo, inteligencia, conocimiento y talento a un tema al que, hasta donde yo sepa, hasta ahora no ha sido tocado: La naturaleza humana. Esto en el contexto de la evolución de las especies que sustenta la hasta ahora no superada teoría de Charles Darwin (El origen de las especies, 1859; El origen del hombre, 1871). Que, entre otras cosas relevantes, afirma que “la evolución es el proceso por el que una especie cambia con el correr del tiempo en las generaciones. Dado que se lleva a cabo de manera muy lenta han de sucederse muchas generaciones antes de que empiece a hacerse evidente alguna variación”.


Si la audiencia a que me he referido, parte de tal sustento teórico y está de acuerdo con éste, podría preguntarse, especular sobre ello y olvidarse de la hambruna que amenaza al planeta: ¿En que etapa del proceso evolutivo se encuentra la especie humana, tras el salto dialéctico de la transformación del último de los Homo habilis, primer espécimen del género Homo, en los seres humanos modernos que hoy sobre poblamos el planeta que nos acoge? ¿Formamos parte de una generación cuyo proceso evolutivo de la especie ha concluido y se prepara para el salto hacia un nuevo tipo de hombre? ¿Nos encontramos a medias del proceso y de ahí nuestra imperfección como seres pensantes?


Buen tema, si estamos conscientes del primitivismo que parece dominar en el irracional comportamiento de la naturaleza humana en los tiempos que corren y que, en suerte, nos están tocando vivir.


Ahí se los dejo de tarea.

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