viernes, 18 de septiembre de 2009

La Jornada, desde adentro y hacia fuera

Para los escépticos, los cínicos y los pobres de espíritu.

J. Enrique Olivera Arce

9 mil jornadas de ajuste y lucha

Víctor M. Quintana S.

Las jornadas –término magnífico que expresa conjuntamente los trabajos y los días de Hesíodo– de un país que padece y se rebela ante el neoliberalismo es el destilado de 25 años de nuestra querida Jornada. Esfuerzo colectivo que nace casi simultáneamente y a contrapunto (sin el casi) de los programas de ajuste estructural de nuestra economía y de nuestra sociedad.


Por eso La Jornada en sus 25 años es una fuente invaluable para conocer el contenido y el impacto de las políticas neoliberales en nuestro país. Su sección Sociedad y Justicia ha sido cotidiano y crítico recuento de la destrucción, del desorden, de los desgarres que estas políticas han acarreado a nuestra sociedad. Como también han revelado, día a día, los episodios dolorosos de esa magna expropiación de la riqueza social, del patrimonio familiar que han constituido los programas oficiales ante la crisis, desde el PIRE de 1982, hasta los actuales despropósitos calderonianos y carstenianos, sin pasar por alto el Fobaproa.


Pero no sólo eso. Si bien la destrucción y el desmadre modernizador han sido draconianos, los grupos que componen esta muy diversa sociedad mexicana no se han cruzado de brazos. Han diversificado y multiplicado su resistencia. Resistencia que es contenido cotidiano de La Jornada, la cual ha hecho crónica de la sociedad que se organiza y se rebela. Ha dado voz a sus actores, ha reporteado sus causas, causas del pueblo. Desde la espléndida rebelión cívica-urbana-solidaria del 19 de septiembre de 1985, cuando La Jornada era apenas unañera, hasta el despertar con que los indígenas del EZLN sacudieron al país de su sueño primermundista el primero de enero de 1994, sin olvidar un campo que no aguanta más y las barricadas oaxaqueñas que Víctor Hugo lamentaría no haber relatado.


Las jornadas de los políticos han recibido aquí tratamiento diferente, porque son días, pero no siempre trabajos. Sin descuidar la importancia del sistema político, La Jornada no lo ha constituido en su centro ordenador; no es politicocéntrica. Tampoco entroniza figuras y dedica sus columnas al chismarajo de los de arriba. Si se quiere encontrar el último encuentro de políticos en restaurant de postín o el más reciente amorío, inútil buscarlo en astilleros o cafés políticos.


Como diría Boaventura de Sousa Santos, La Jornada es un esfuerzo de reportear, analizar y pensar desde el sur, desde los excluidos. Punto de vista asumido, reiterado, no rehuido, no sacrificado en aras de objetividades que no lo son. Punto de vista, pero no para autocontemplarse, sino para mirar al mundo, a los otros desde acá. Pocos lugares tan ricos en la consideración de la lucha del pueblo palestino, de los patriotas vascos, de las mil resistencias latinoamericanas, como las páginas del mundo jornalero.


La Jornada es, en buena parte, el dominio de la otra, de los otros. La otra visión del mundo que nos aportan Chomsky, Wallerstein, Walden Bello. El otro arte, el no comercial, el no dominante, el cuestionador y desafiante, aunque también los otros aspectos de las artes convencionales ni comerciales. Nada artístico le ha sido ajeno, ni Jagger ni Stone; tampoco los Tigres del Norte ni Manu Chao. Ha sido página abierta –Letra S– para las otras preferencias sexuales.


No puede dejar de ser en buena parte periódico chilango. Lo son en buena parte quienes lo confeccionan. Pero se ha prodigado en Jornadas regionales: Morelos, Zacatecas, San Luís, Michoacán. Y nos ofrece espacio a quienes reconstruimos los trabajos y los días de la desencantada provincia mexicana.


Una cosa tengo que reprocharle, muy de tripas a La Jornada. Estoy seguro que en este país habemos más beisboleros que taurinos. Y, sin embargo, nosotros no contamos con una sabrosa crónica semanal como La Fiesta en Paz. El beisbol es sólo escueta numeralia de resultados scores cotidianos. No hay espacio para contar las hazañas basadas en millones de dólares de los tan odiados –y admirados por el que escribe– Yanquis de Nueva York en sus iliádicos duelos contra los siempre eficaces Medias Rojas de Boston ni las proezas de nuestros migrantes de bola o bat de fuego como Joaquín Soria o Jorge Cantú. Si se necesitaran argumentos de autoridad para reforzar las demandas beisboleras habría que preguntarles a AMLO o al Vasco Aguirre.


Nadie es perfecto. No se le puede pedir todo a quien además de todo lo que he escrito, contribuyó a salvarme la vida publicando uno de esos regalos semanales que nos hace Eduardo Galeano. Ya lo conté y lo publiqué. Gracias, Jornada

18/09/09

Nuevamente, en torno a la autonomía

Gilberto López y Rivas


La autonomía, esto es, regirse uno mismo por sus leyes, es definida como la capacidad de individuos, gobiernos, nacionalidades, pueblos y otras entidades y sujetos de asumir sus intereses y acciones mediante normativas y poderes propios, opuestos en consecuencia a toda dependencia o subordinación heterónoma.


En América Latina, a partir de la imposición de las políticas de trasnacionalización neoliberal y coincidiendo con un resurgimiento de las luchas de los pueblos indígenas por reafirmar sus seculares formas de autogobierno, las autonomías se tornan en procesos de resistencia a esta globalización capitalista, por medio de la defensa, fortalecimiento, recuperación y resignificación de sus identidades étnicas, culturas, instituciones, saberes, sentido de pertenencia, patrimonios, tierras y territorios, todo ello basado en la profundización, restablecimiento, recuperación o readaptación de formas de propiedad comunal, predominio de las decisiones de asamblea, cargos y tareas de gobierno como servicio; trabajo colectivo gratuito, solidaridad, ayuda mutua y comunalidad como base de la relación social; festividad también como cohesión sociocultural, concepción del territorio como relación sustentable con la naturaleza y reproducción material y cosmogónica de los pueblos.


Por ello se ha insistido en que la autonomía: a) constituye algo más que el autogobierno tradicional indígena, b) se expresa más allá de una descentralización de competencias, recursos y jurisdicción de los Estados, c) trasciende los marcos de los procesos nacionalitarios hegemonizados por las clases dominantes, d) no significa arreglos jurídico-administrativos que puedan ser establecidos por decreto o a través de reconocimientos formales de orden constitucional, e) se pone en práctica –en la mayoría de los casos– por la vía de los hechos, o más allá de la institucionalidad establecida, f) representa un fenómeno holístico en el que las dimensiones de economía, cultura, ideología y política tienden a integrarse y determinarse mutua y recíprocamente en lo que se denomina la integralidad del sujeto autonómico.


Las autonomías, en consecuencia, expresan un replanteamiento alternativo a las formas nacionales impuestas desde arriba por los grupos oligárquicos que se fundamentaron en el integracionismo –asimilacionismo, o en el diferencialismo– segregacionismo que constituyeron políticas igualmente provocadoras de etnocidios y negación de derechos ciudadanos y colectivos de pueblos y comunidades indígenas. Así, las autonomías son procesos de democratización, articulación nacional y convivencia política –desde abajo– entre agrupamientos heterogéneos en su composición étnico-lingüístico-cultural.


Estos procesos no son lineales ni armoniosos y, por lo tanto, se expresan en sus contradicciones, desequilibrios, avances y retrocesos de muy diversas formas, extensiones y profundidades, provocando cambios en la naturaleza misma de las etnias. Se trata de una reconstitución de pueblos e implica la construcción de un sujeto autonómico que modifica relaciones entre géneros, grupos de edad e instituciones colectivas, las cuales sufren asimismo los impactos de la migración, la explotación laboral, el narcotráfico, los racismos y el grave deterioro en las condiciones de vida de las clases trabajadoras de nuestros países.


Por su naturaleza antisistémica y por la presencia indígena en territorios codiciados por el capital y las características de su actual mundialización, estos procesos de autonomía se enfrentan indirecta o directamente al Estado, sus instituciones y fuerzas represivas, sus estrategias contrainsurgentes; a las estructuras políticas, ideológicas, militares y de inteligencia del imperialismo; a sus corporaciones económicas que buscan abrir los territorios, ocuparlos, apropiarse de sus recursos culturales, naturales y estratégicos; a denominaciones religiosas, partidos y mecanismos políticos encaminados a penetrar, mediatizar y destruir los autogobiernos y formas colectivas de decisión y organización. De ahí su precariedad y su constante batallar por sobrevivir y desarrollarse, por extender sus niveles de articulación intracomunitaria, municipal, regional y nacional, así como ampliar los ámbitos de resistencia, solidaridad y coordinación internacionales.


A partir de las experiencias autonómicas de los pueblos indios, recientemente Pablo González Casanova en un importante documento, presentado con motivo del aniversario 25 de La Jornada, ha reiterado la extensión del concepto de autonomía a otros sectores explotados y desposeídos de la sociedad como una forma de respuesta a la ocupación capitalista de nuestros países. De igual manera, el grupo Paz con Democracia en su Llamamiento a la nación destacó: Es necesaria e impostergable la organización de comunidades autónomas en todo el país; comunidades cuyos miembros se autoidentifiquen y se autogobiernen democráticamente para la producción-intercambio-defensa de su alimentación, sus artículos de primera necesidad, su educación y concientización, con niños, mujeres, ancianos y hombres para la defensa de la vida, del patrimonio público, de los pueblos y de la nación, para la preservación del medio ambiente y el fortalecimiento de los espacios laicos y de los espacios de diálogo, que unen en medio de diferencias ideológicas y de valores compartidos. (La Jornada, 16/11/07)


Los principios igualitarios, participativos, autogestionarios y colectivistas de las autonomías indígenas se transforman en uno de los pocos planteamientos estratégicos actuales para enfrentar con éxito al capitalismo, preservar la especie humana de su autodestrucción y democratizar nuestras sociedades.

A La Jornada, en sus primeros 25 años

La Jornada. 18/09/09

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