jueves, 2 de abril de 2009

¿Cantidad o calidad del empleo? Eh ahí el dilema

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

Uno de los factores más sobresalientes en la medición de los efectos de la crisis sistémica global, lo es sin duda el comportamiento del empleo. En ello se pone énfasis a escala planetaria, no tanto por lo que a calidad de vida para la mayoría de la población pudiera representar, esto, en el sistema económico y social dominante se contempla como marginal, aún a riesgo de generar explosivos conflictos de gobernabilidad.


Lo determinante radica en la capacidad sistémica para mantener e incrementar el poder real de compra de la población y, con ello, la demanda de producción de bienes y servicios, la tasa de ganancia y la reproducción del capital. De ahí que los gobiernos pongan más énfasis en el rescate de la planta productiva, generadora de empleos, que en la atención a otros renglones afectados por la crisis como la alimentación, educación, salud, la cultura, entre otros.


Lo curioso del caso es que el fenómeno se está dando de manera diferenciada de país a país. En tanto que en la Unión Americana y en la mayor parte de la Unión Europea, el desempleo y pérdida de capacidad adquisitiva del salario registran niveles críticos, obligando a los gobiernos a rescatar lo mismo oferta que demanda, en otras latitudes se cuenta aún con cierto nivel de maniobra para paliar la crisis, rescatando o apoyando únicamente a la banca y a poderosos empresarios.


En México, no obstante que en promedio alcanzamos ya el índice de desempleo más alto de la historia moderna, se observa el mismo fenómeno de diferenciación entre entidades federativas. Dependiendo de la fortaleza económica previa de cada una de estas, nivel de integración de la población a la economía de mercado, y grado de dependencia del mercado externo, el que el gobierno deba destinar mayor o menor cantidad de recursos públicos al mantenimiento y rescate de la economía regional y sectorial.


En el caso de Veracruz, el flagelo del desempleo y recesión económica, a decir de las autoridades estatales, aún no constituye problema grave; a bombo y platillo se destaca que, contrariamente a la tendencia general, no sólo se mantiene la planta laboral y productiva, sino que esta se viene incrementando. Afirmación que no se cuestiona, en tanto así lo registran las estadísticas del IMSS y del INEGI, así como los reportes de la SEDECOM y Secretaría del Trabajo y Productividad. Aunque resulta paradójico que, por razones de política política, contra toda lógica económica la preocupación gubernamental se concentre más en el número de empleos que en la calidad de los mismos.


En Veracruz no se dice, y eso si es cuestionable, si la calidad del empleo es suficiente en términos de capacidad real de compra de la población ocupada, poniéndose en duda esto último sin necesidad de recurrir a indicadores estadísticos formales; el constante cierre de operaciones o reducción de capacidad instalada en la micro y pequeña empresa de la entidad, está a la vista de todos. La oferta de bienes y servicios supera a la demanda en diversos rubros, y la capacidad real de compra de la población no crece, antes al contrario, es más que evidente su constante deterioro; dando cuenta de esto los propios consumidores, así como empresarios que ven menguadas sus ventas, las correspondientes utilidades y capacidad de reinversión.


Los bajos salarios aplicados a nuevos empleos generados, pudieran justificarse como paliativo pero no resuelven el problema de fondo; subsistiendo el círculo perverso en el que la economía no crece en tanto la capacidad real de compra de la población no se corresponde con las exigencias del mercado, ni contribuye con el dinamismo deseado al proceso de reproducción de ganancia y capital. La constante reducción de la demanda real, pese a un presunto incremento del empleo formal, remite de nueva cuenta al punto de inicio, la economía veracruzana no crece, cerrándose el círculo. De ahí el malestar del empresariado en relación a las limitadas medidas gubernamentales tendientes a proteger e incrementar el empleo, que se empata con el malestar del consumidor insatisfecho.


Renglón aparte, miles de jóvenes no encuentran acomodo en el mercado laboral formal, debiendo desempeñarse en la cada vez más amplia economía informal para satisfacer sus necesidades.


Se acepte o no por las autoridades, la baja calidad del empleo reduce a su vez la calidad de vida en amplios segmentos de la población, por resultar insuficientes los salarios vigentes para atender necesidades básicas de la familia veracruzana. El gobierno estatal no lo ve así. Espejismos como la derrama millonaria por concepto de turismo, el arribo de cuantiosos montos de inversión extranjera, un campo prospero, y el potencial en infraestructura y explotación petrolera a la vuelta de la esquina, no le permiten atender a la realidad; a juicio de los funcionarios públicos, el estado que guarda la economía veracruzana satisface expectativas de crecimiento de los sectores social y privado. Estamos blindados. Vamos bien, se nos dice.


Certera o no la visión optimista del gobierno estatal, lo cierto es que Veracruz no debe cruzarse de brazos esperando que la lumbre llegue a los aparejos, cuando se observa ya como pierde sus barbas el vecino. Si no se toman medidas urgentes con vías a fortalecer la capacidad real de compra de la población, será esta quien corrija al IMSS y al INEGI en materia de empleo, recurriendo a la protesta callejera.


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