viernes, 24 de abril de 2009

Sublime obsesión

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce


No hay oficio político, memoria histórica, ni sensibilidad social en amplios segmentos de la clase política. Empezando con Calderón Hinojosa, se desentienden de los problemas torales de la Nación, concentrando ocupación y preocupación en los procesos electorales del 2009 y la sucesión presidencial del 2012. Mientras el país se desmorona, inmerso en la improvisación, ineficacia, corrupción e impunidad, nuestros políticos prestan oídos sordos a lo que de ellos piensa la llamada sociedad civil, que ya ha puesto a debate la idea, que cobra cada día mayor fuerza, de castigarles con el abstencionismo y el voto nulo.



Si para Calderón Hinojosa y su partido la elección del 2009 es vital y en ello concentran su mayor esfuerzo, en sus adversarios políticos prevalece igual tesitura. Todos contra todos en un escenario generalizado de “guerra sucia” (diseñada desde las entrañas del Partido Popular de España) que, lejos de atraer a los votantes potenciales, les vacuna contra la sola idea de participar en la contienda electoral en puerta; para el ciudadano común ya no escapa a su comprensión que el sufragio tiene como finalidad última, el legitimar el gatopardismo y la simulación de una partidocracia que, soportada en una nada gratuita parafernalia mediática, día con día se descalifica a sí misma.



En tanto que para una gran mayoría del pueblo de México, la versión del gobierno fallido cala en la realidad cotidiana, para la clase política y el poder fáctico que mueve la cuna, el país bien puede hundirse a condición de que sus intereses queden a salvo. La Nación va a la deriva y, pese a respetables advertencias que llaman a corregir el rumbo, nuestros políticos festinan con triunfalismos sin sustento el desastre anunciado.



Si en el pasado el guardar las formas satisfacía el ocultar el fondo comprometedor, hoy, con el mayor descaro, el fondo de inconfesables y oscuros intereses se exhibe con cinismo inaudito. Se le toque donde se le toque, la purulencia de una clase política enferma salta a la vista, sin que en esta medie el menor esfuerzo por reconocer y aceptar la profundidad de su crisis. Siendo, por tanto, creíble la tesis norteamericana del México fallido y, en consecuencia, la necesidad estratégica del vecino del norte de intervenir en el patio trasero para salvaguardar su propio interés. No resultando ocioso el que el gobierno de Barack Obama le imponga a México un embajador experto en tales menesteres.



El tiempo se agota. La crisis sistémica global impacta en todos los sectores y todas las regiones de un país estructuralmente indefenso. El Estado-Nación se venció a sí mismo transitando bajo los cánones del neoliberalismo salvaje, sin atender rezagos y demandas históricas; dilapidando valiosos recursos estratégicos y abriendo cauce a la violencia y al deterioro del tejido social. Hoy, sin que la partidocracia se de por enterada, con más del 40 por ciento de la población en condiciones de pobreza y pobreza extrema, desempleo en ascenso y caída del aparato productivo, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la CEPAL prenden focos rojos para México.



Nadie escucha. El país puede esperar. Frente al lastre de la sublime obsesión electorera de una clase política que medra contemplándose el ombligo, en solitario Andrés Manuel López Obrador tiende la mano a los mineros de Cananea.



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