domingo, 20 de julio de 2008

1968: el poder de las masas

Editorial de En Lucha. jun/jul-08

Hay momentos en la historia en que un año permite que la humanidad avance más que en toda una década. 1968 fue uno de esos años. De ahí que las clases dirigentes dediquen tanto tiempo a desprestigiarlo.

Sarkozy culpó a mayo del 68 de todos los males de la “sociedad capitalista”, pero no fue el único. El PP declaró que “hoy el espíritu de mayo del 68 habita en las políticas educativas que sustituyen el principio de autoridad por el del buen rollete y el esfuerzo individual por el trabajo en equipo”. Por supuesto, José María Aznar se apresuró a señalar 1968 como el año del “origen de los terrorismos”.


Al fin y al cabo los dirigentes de hoy son los herederos de los dirigentes de ayer y tienen muy presente que significó para ellos 1968: un miedo terrible a que el mundo cambiara de base. El problema es que si leemos las crónica de la mayoría de medios se hace difícil entender el porqué de tanto miedo. En ellos dominan los protagonistas del 68 que ahora reniegan de él, como Daniel Cohn-Bendit. La realidad es algo que nuestros dirigentes quieren obviar ya que no les favorece. 1968 mostró que los oprimidos y explotados del mundo no sólo podían luchar, sino también que podían ganar.


El año empezó mostrando las posibilidades de derrotar al imperialismo norteamericano en Vietnam, con la ofensiva del Tet. Hubo alzamientos armados por parte del movimiento de liberación en todas las ciudades, con una batalla por la capital del país, Hue, que duró semanas y la invasión —aunque por un corto período de tiempo— de la embajada de los EEUU. Pero no sólo fue EEUU quien notó la incomodidad de un año revolucionario. La URSS sufrió un duro golpe a su dominio sobre los países de Europa del este. El régimen estalinista que había en Checoslovaquia se dividió y permitió que estudiantes, intelectuales y trabajadores se organizaran y debatieran sobre ideas socialistas, y no sobre lo que se les había querido vender como “socialismo”. Mientras, en Polonia los estudiantes ocupaban las universidades protestando contra el régimen.


Pocas semanas después, Martin Luther King era asesinado y miles de afroamericanos estallaron de rabia en cientos de ciudades de EEUU, atacando los símbolos autoritarios y, muchos de ellos, girando del pacífico movimiento por los derechos civiles a las ideas revolucionarias de los Panteras Negras. Semanas después pasó algo parecido en Alemania Occidental, con el intento de asesinato del líder estudiantil Rudi Dutschke. Decenas de miles de estudiantes tomaron las calles en señal de protesta durante días.


Mayo fue el mes más explosivo. En Francia la revuelta estudiantil forzó la convocatoria de una huelga general, que duró un mes y mostró el poder potencial de la clase trabajadora —que muchos ayer como hoy insistían en que había desaparecido. Las huelgas y las ocupaciones de fábricas se extendieron hasta llevar al país a un paro general de diez millones de trabajadores. En el Estado español, el movimiento estudiantil emergía también con fuerza a pesar de la dictadura franquista. Las jornadas estudiantiles en la Universidad Complutense de Madrid, inspiradas en el mayo francés, fueron un punto de inflexión. En junio los estudiantes yugoslavos pusieron contra las cuerdas al régimen estalinista enfrentándose a la policía al grito de “abajo la burguesía roja”.



En México, donde se celebraban los Juegos Olímpicos, la policía quiso “limpiar” la ciudad para prevenir cualquier problema. Durante una protesta estudiantil, cientos fueron asesinados a sangre fría. Los medios y los políticos silenciaron la masacre y se limitaron a criticar a los dos atletas estadounidenses que levantaron el puño en el podio, no sólo como símbolo del poder negro sino también de la globalización de las resistencias.


Pero 1968 no fue simplemente un año con muchos momentos de revuelta y revolución aislados. Cada una de ellas inspiraba la siguiente, creando un sentimiento de revuelta a nivel internacional nunca visto. Cada lucha, más allá de su significado concreto, llevaba consigo un mensaje de revolución general contra un mismo sistema, ya fuera contra Washington o Moscú. El socialismo del “mundo socialista” era igual de falso que la libertad en el “mundo libre”.


Cuando hablamos de 1968 —y a pesar de un discurso muchas veces pesimista por parte de la propia izquierda— debemos recordar el espíritu que unió esas luchas y reclamarlas como un momento en el que el sistema se tambaleó de forma global. La izquierda revolucionaria no debe dejarse robar el espíritu del 68 por el social-liberalismo imperante que nos repite una y otra vez que el mundo no se puede cambiar. Por ello, es importante recordar la propia dinámica del sistema, que con su constante transformación de las relaciones sociales fuerza a la gente a rebelarse contra él en el momento menos pensado. En la última década el movimiento anticapitalista ha vuelto a poner de relieve la posibilidad de un cambio global. 1968 nos debe servir de inspiración y de lección para que la próxima vez la victoria sea definitiva. Hoy como en 1968, las barricadas cierran la calle, pero abren el camino.



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