lunes, 1 de diciembre de 2008

México, S.A.: Buenos deseos no son sinónimo de buenos resultados

Carlos Fernández-Vega


En aquel agitadísimo primer día de diciembre de 2006, estreno de su inquilinato en Los Pinos, Felipe Calderón prometía “seguridad para los mexicanos, superación de la pobreza extrema y creación de empleos”. Dos años después, el país se zarandea en medio del implacable avance de la inseguridad, el incremento sostenido de la pobreza y el creciente desempleo.

¿Algo que celebrar? El michoacano dice que sí, y para tal efecto se auto organizó un mega desayuno en Palacio Nacional, donde compartió el pan, la sal y los antojitos michoacanos con todos aquellos que cotidianamente aplauden sus fracasos disfrazados de “logros” (síndrome Fox).


En su primera “celebración, el primer día de diciembre de 2007, el mismo personaje se manifestaba satisfecho, porque un año antes “el país vivía momentos difíciles y de gran incertidumbre; hoy, el panorama es verdaderamente distinto”. Y ayer, segunda “celebración” e inicio oficial de su tercer año en Los Pinos, repitió la dosis: “la satisfacción del deber cumplido nos alienta para acometer, aún con mayores bríos, las tareas por venir”.


¿Qué tan distinto, en términos reales, resulta el país a dos años de distancia? Sin duda ha ido de menos a mucho menos, y en el balance se registra el primer bienio perdido del sexenio, porque más allá de las fábulas calderonistas (la –auto– goliza al crimen organizado, las “tasas históricas de empleo”, la “pujante” economía mexicana, el “navío de gran calado”, el “catarrito”, la “gripa” y “la superación de la pobreza”, entre otras), los principales indicadores económicos y sociales han caído en comparación con la de por sí deteriorada estafeta que le fue entregada a la “continuidad” aquel primer día de diciembre de 2006.


El abatimiento de la inseguridad, la pobreza y el desempleo fueron tres de las grandes promesas de campaña, abiertamente incumplidas durante su estancia en Los Pinos. Y en aquellos tiempos electorales el michoacano aseguraba que “hemos sido cuidadosos para no caer en la salida fácil de proponer acciones que no se puedan cumplir y comprometer el futuro y el patrimonio de los mexicanos. El 2 de julio celebraremos el triunfo de la opción del empleo, la estabilidad económica, la transparencia y la unidad de los mexicanos… un México ganador, justo, seguro y democrático que merecemos todos los mexicanos. Construiremos un México próspero, democrático, seguro, estable, limpio y con la capacidad de generar empleos bien pagados”. Todo ello “para que vivamos mejor”.


Dos años después, exactamente lo contrario: los mexicanos sobreviven en peores condiciones, y contando, bombardeados con discursos igual de fatuos que de “esperanzadores”. Por mucho que insista, y si fuera el caso, buenos deseos no son sinónimo de buenos resultados, y ejemplos sobran. Un bienio perdido, el primero del calderonato, que se adiciona a la ya larga, larguísima cadena de mermas acumuladas sexenio tras sexenio. Y faltan cuatro años de un gobierno sin pies ni cabeza.


De allí la inagotable fuente de inspiración. Ante la ausencia de resultados, la vigorosa presencia de promesas. En esos dos años entre los compromisos de saliva (léase el cuento michoacano de la lechera) se pueden mencionar: “generación de empleo; incremento de la inversión, nacional y extranjera; pago de la deuda social; distribución de la riqueza y el ingreso; fomentar las exportaciones; finanzas públicas mucho menos dependientes de los recursos petroleros; combatir la pobreza; justicia social; desarrollo y crecimiento económicos; infraestructura social, económica, de comunicaciones, salud, educación, drenaje, agua potable; incremento sostenido de la competitividad y la productividad; recursos suficientes para escuelas y hospitales; acabar con los privilegios en el sistema tributario; fondos para el estado de México y el Distrito Federal; ídem para todos las entidades de la República; tren suburbano en la zona metropolitana que la colocará a la altura de las urbes más modernas del mundo; más obras de infraestructura en el valle de México; tarifas eléctricas más justas para la población y más competitivas para la industria; supercarreteras; servicios más elementales para la población; disminuir la brecha de la desigualdad; superar lacerantes rezagos; liberar recursos públicos para programas sociales; construir un México más justo, un México mejor; solidaridad entre las mexicanas y los mexicanos; trabajar en favor de los que menos tienen; transformar sustancialmente la lucha contra la pobreza y la desigualdad; acelerar el paso en el compromiso que todos tenemos por la justicia, porque no hay calidad sin justicia; disminuir las diferencias que separan a México; cerrar de una vez la brecha de México con ese México agraviado, con ese México olvidado, con ese México de la pobreza que marca toda la geografía nacional; construir el México unido que todos queremos; transparencia y eficiencia en el gasto público; incremento sostenido del gasto público destinado al campo; garantizar enterrar la pobreza extrema y garantizarle a cada joven mexicano un lugar en la universidad, de manera que no haya un solo mexicano que no curse una carrera técnica o profesional por falta de oportunidades; se podría captar, a través de Pemex, uno por ciento del producto interno bruto adicional por año; a partir de 2011 o 2012 México podría recibir un promedio de 150 mil millones de pesos anuales…”, y los que acumule en sus discursos del tercer año de estancia en Los Pinos.


Al inquilino de Los Pinos alguien debería mostrarle la versión original del Cuento de la lechera (Félix María de Samaniego) y subrayarle el siguiente pasaje: “¡Oh loca fantasía! ¡Qué palacios fabricas en el viento! Modera tu alegría; no sea que saltando de contento, al contemplar dichosa tu mudanza, quiebre tu cantarilla la esperanza. No seas ambiciosa de mejor o más próspera fortuna; que vivirás ansiosa sin que pueda saciarte cosa alguna. No anheles impaciente el bien futuro: mira que ni el presente está seguro”.


La Jornada 01/12/08


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